Lourdes Grobet, la primera mujer que osó desplazarse cámara en mano alrededor de un cuadrilátero, ha sido llamada “La hija del Santo”, pero también le sentaría la expresión que Arena de Box y Lucha dedicó en 1980 a Irma González, la primera gladiadora sobre un ring, esta revista la calificaba de “mutante, como las personas inteligentes de esta década” y, sin duda, dicho sea de paso, de los decenios por venir.
Grobet, una mujer “mutante”, comenta que “ha estado tan activa que se le ha olvidado envejecer”, y así lo confirma una apretada agenda que —a sus 70 y pocos años— la lleva lo mismo que al Estrecho de Bering que a Nueva York. Este año, entre uno y otro vuelo, hizo escala en México para recibir un par de reconocimientos, entre ellos, la Medalla al Mérito Fotográfico, otorgada recientemente por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En la sala del departamento de uno de sus hijos, pues hace un par de años volvió a “quemar las naves” y dejó casa y cuarto oscuro atrás, Lourdes Grobet es consciente de que varios de sus proyectos se convirtieron en motivo de debate. Quizá por ello siempre sintió mayor libertad entre artistas que entre fotógrafos. Junto a esos compañeros que conformaron la “primera generación multimedia” en nuestro país, comenzó a realizar “experimentos”, “acciones” que hoy se nombrarían performance, que apelaban al diálogo con alguien más que un simple espectador.
Crear imágenes “bonitas” nunca fue parte de sus prioridades. En su caso podría aplicar para la imagen lo que el escritor Mark Strand expresaba acerca del poema, “que es en primer lugar y sobre todo una experiencia, no necesariamente un vehículo para el significado”.
“Me dediqué a la fotografía justo por ser un medio masivo. Me parecía absurda esta parte de la edición. Para mí la imagen tiene que ser masiva, para todos. Nunca me interesó sacar ni fotos bonitas ni bien hechas, ni los lugares comunes”, señala resuelta Lourdes Grobet, cuya trinidad venerada, además de “El Santo”, la integran sus maestros Gilberto Aceves Navarro y Mathias Goeritz.
La artista que huía de los lugares comunes, de los estereotipos sobre lo indígena dictados por el nacionalismo, encontró ese “México profundo” que muchos han creído y querido capturar, en un espectáculo que le estuvo vedado en su niñez: la lucha libre.
“Muchas veces no supe quién ganaba una lucha. Yo iba en busca de imágenes, no de documentación deportiva. Así empecé a tomar fotos de la acción, descubrí la doble lucha de las mujeres (en la arena y en la casa) que en ese tiempo, por dictados de Ernesto P. Uruchurtu, tenían prohibido subirse a un ring de la Ciudad de México, también relacioné el movimiento de la danza con el de la arena. Sostengo que la lucha tiene su propia coreografía”.
Recuerda que fue un escándalo la primera vez que disparó los tiros hacia el cuadrilátero, pero ahí estaba el “verdadero México. Yo dije: aquí me quedo”, y así fue durante tres décadas en las que recibió importantes lecciones, la más importante: la humildad, venida del ejemplo de un ícono, “El Santo”, “el hombre más famoso de este país.
“Así como Mathias (Goeritz) me enseñó a divertirme, a no tomarme en serio, y Gilberto Aceves Navarro me dio la libertad de expresión, ‘El Santo’ me dio una lección de generosidad, él era consciente que se debía a su público y después de hacer una toma tras otra para una película, nunca negó un autógrafo”.
Esas décadas inolvidables en la arena fueron recogidas en Espectacular de lucha libre, un libro agotado en sus distintas ediciones. Por estos días, Grobet también da una mirada atrás al registro que por 40 años y alrededor del mundo ha hecho del Teatro Campesino, donde también existe esa dicotomía entre representación y acción que tanto le atrae.
El paso a la era digital le ha permitido también recuperar y recrear trabajos previos como algunas instalaciones, y entrar de lleno a buscar historias tan apasionantes como la de los habitantes de un confín territorial dividido, así nació un proyecto del que derivó el documental Bering. Equilibrio y resistencia.
El documental arranca con una reflexión interesante: “Algo que fue un puente, un paso para el encuentro, hoy es una frontera infranqueable”. Ahora Lourdes Grobet, en una mutación más en su vida que la acercaría al periodismo de investigación, va en pos de los pobladores de la isla grande de Diómedes que fueron desplazados a Siberia. De esto modo completará con un segundo documental esta historia.
Para Lourdes Grobet, quien considera que Occidente entró en fecha de caducidad hace mucho, este proyecto viene a reforzar sus ideas: “Ahorita puedes ser migrante sentado en tu silla, con la computadora en frente. Y en lo que respecta a la geografía, si hablamos de Occidente éste es Asia, no Europa. Estos parámetros de cultura occidental que siempre nos han marcado están caducos. Hay que tener otra perspectiva y los medios pueden transmitir esta visión.
“No creo que pueda estar en Bering 30 años como lo estuve en la luche libre, pero lo que me quede de fuerza física estaré en Bering”.
La imagen de esta artista conceptual-fotógrafa-documentalista-mutante, con su cabello gris expuesto a los vientos de un desierto azul, en un horizonte simbólico y global, no deja de ser inspiradora. Más de uno quisiera olvidarse de envejecer como lo hace Lourdes Grobet.