Los símbolos patrios de México son emblemas de pertenencia y unidad que ciudadanos del país y de varias partes del mundo identifican, sin embargo, resulta curioso que quizá el más emblemático de ellos: la imagen de un águila parada sobre un nopal, que devora una serpiente, aludiera en tiempos antiguos al dominio que los mexicas ejercieron sobre otros pueblos mesoamericanos.
Dicha apreciación fue comentada por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), durante su participación en la serie radiofónica Somos nuestra memoria, coordinada por la institución, en la que conversó con Salvador Rueda, director del Museo Nacional de Historia, acerca del origen y la evolución del Escudo Nacional.
En la charla se habló de las representaciones más tempranas del emblema, tales como el Teocalli de la Guerra Sagrada, un monolito del periodo Posclásico Tardío (1250-152 d. C.) que reproduce episodios del pasado mítico de los mexicas, como aquel en que uno de sus fundadores llamado Huitzilopochtli (igual que su deidad) vence en batalla a su sobrino Copil, cuyo corazón arroja a un lago para hacer surgir al tenochtli (tunal) sobre el que habría de posarse el águila profetizada desde su salida de Aztlan.
Esta leyenda fue alineada en México-Tenochtitlan con sucesos de índole natural, como el eclipse solar que ocurrió el 13 de abril de 1325, fecha fundacional del imperio, definida por códices y relatos; o bien, las casi 20 osamentas de águila que arqueólogos han hallado en el Templo Mayor, como parte de ofrendas orientadas hacia el poniente, en alusión “al cuauhtémoc” (el águila que desciende en posición de ataque).
“No era solo la imagen de un águila sobre un nopal, el escudo de los mexicas contenía una serie de simbolismos relativos al triunfo de Huitzilopochtli, dios del sol y de la guerra, sobre sus enemigos”.
Los expertos coincidieron que hacia 1521, la importancia que aztecas, mixtecos y otras culturas daban al águila, aunado a la familiaridad que los conquistadores tenían con esta ave (plasmada, por ejemplo, en el escudo de los Austrias españoles), permitió a este símbolo sobrevivir al virreinato e incluso sobreponerse al emblema de armas otorgado a la Ciudad de México en 1523, el cual se integraba por las imágenes de un castillo, tres puentes y dos leones rampantes.
“El primer mestizaje, en términos heráldicos, se da cuando Hernán Cortés usa en sus documentos el águila del antiguo régimen, colocada sobre el puente del escudo de Carlos I, para sacralizar el símbolo pagano, pero también para destacar al rey la importancia de haber conquistado a un imperio tan grande como el romano”, comentó el historiador Salvador Rueda.
Elementos como los animales devorados por el águila también fueron retomados por los cronistas, así como por órdenes religiosas que vieron en ellos una vía para facilitar a los indígenas la adopción del nuevo culto.
Además del carácter laico que los criollos imprimieron en el símbolo durante los siglos XVII y XVIII, Eduardo Matos destacó el hecho de que tanto el imperio de Agustín de Iturbide como la república de Guadalupe Victoria retomaron la figura del águila y la serpiente en sus escudos y banderas; ello aun cuando el estandarte de los insurgentes fue la Virgen de Guadalupe.
“Tras la Independencia, el águila se plasma como un símbolo nacional ante la necesidad de crear un vínculo con el México que había sido interrumpido por España. Es decir, había que argumentar que la nueva nación tenía su origen en otra gran nación”.
Durante el siglo XIX, dada la libertad que tenían estados, municipios y facciones políticas para diseñar su heráldica, se incorporaron elementos como las ramas de laurel y encino, en representación del triunfo y la fortaleza, respectivamente.
Fue hasta 1880 cuando se estableció una primera unificación, seguida del famoso emblema porfirista (con el águila de frente y las alas extendidas) que estuvo vigente hasta 1916, cuando Venustiano Carranza comisionó a los artistas Jorge Enciso y Antonio Gómez para diseñar el escudo del águila sobre su perfil derecho, retomado en 1968 por el ilustrador y muralista Francisco Eppens Helguera, quien rediseñó el actual Escudo Nacional Mexicano.
“Al final, los mexicas lograron imponer su símbolo, su lengua náhuatl, su gentilicio e incluso el nombre de su pueblo a una nación más grande que todos los territorios que conquistaron”, concluyó Eduardo Matos.
Por último, los expertos aseguraron que, a pesar de que muchos mexicanos residentes en el país o en naciones como Estados Unidos pueden desconocer la historia del Himno Nacional o el significado de los colores en la bandera, el águila y la serpiente continúan como sus más grandes referentes, no obstante de las lecturas prehispánicas, coloniales, independentistas y oficiales que dichos íconos han atravesado.