
La Casa Blanca necesita un nuevo inquilino y los estadounidenses tienen ante ellos una decisión que no sólo marcará el destino del país —y, por su condición de potencia global, del mundo— para los próximos cuatros años, sino una elección sobre el concepto de Estados Unidos que quieren para el futuro.
Las posiciones de los dos principales candidatos, la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, son tan divergentes, que abrirle el Despacho Oval a uno o a otro puede ser un punto de inflexión en la historia. Es en ese escenario que se enfrentarán mañana en el primer debate presidencial, que tendrá lugar en la Universidad Hofstra, de Nueva York.
Estados Unidos encara las elecciones del 8 de noviembre polarizado en casi todos los aspectos. Casi todas las propuestas de cada uno de los candidatos son antagónicas a las del rival. Empezando por sus premisas básicas: el “Stronger together” (Juntos somos más fuertes) de Clinton, quien ayer recibió el respaldo del diario The New York Times, contra el “sólo yo puedo arreglarlo” de Trump.
La figura del magnate ha cambiado las reglas del juego. Las bases del Partido Republicano, en un proceso de primarias inimaginables antes de que empezaran, decidieron apostar por un candidato fuera de lo común, tanto en historial como en personalidad. Un personaje sin experiencia política y sin pelos en la lengua, y es aquí donde empiezan las diferencias con Clinton, quien si algo tiene es experiencia en el servicio público, ya sea como primera dama (de Arkansas y Estados Unidos), senadora o secretaria de Estado.
Trump ha centrado su discurso en un único eslogan, el famoso “Make America Great Again” (Hacer grande a América de nuevo). Pero no es el único lema que ha hecho fortuna y que determina la propuesta política del magnate. La repetición incansable del “America First” (Estados Unidos primero), una frase que por otra parte se relaciona a movimientos supremacistas blancos e aislacionistas de los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial, y la convicción de que es el candidato de la “ley y el orden”, determinan en alto grado el programa que propone el magnate: proteccionismo y mano dura, con un regreso a la base tradicional estadounidense de principios de siglo XX.
Clinton apuesta por todo lo contrario: diplomacia, integración. Si bien coincide con su rival en los problemas de EU: empobrecimiento y desaparición de la clase media, preocupación por la seguridad, necesidad de mejora económica, las recetas no podrían ser más dispares.