La tradición de revestir las imágenes religiosas se originó en la Colonia, cuando los primeros misioneros franciscanos iniciaron la celebración de las fiestas navideñas para fomentar esta práctica religiosa entre los indígenas.
Recientes estudios iconográficos permiten documentar cómo algunas imágenes religiosas de origen colonial se han transformado con el paso del tiempo, debido a la devoción de los fieles, quienes, al “apropiarse” de éstas, las enriquecen y actualizan con vestimentas, joyas, y pelucas.
La doctora Consuelo Maquívar, investigadora emérita del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), señaló que este tipo de casos son evidentes en el poblado de Izúcar de Matamoros, Puebla, donde la representación de Santiago Caballero aparece ataviada con traje de terciopelo negro, capa con galones dorados, casco emplumado y espuelas de plata, que cada año regalan sus devotos, ocultando el estofado original (técnica que simula tela con brocados) con que fue creado en el siglo XVII.
La especialista en historia del arte ofreció una conferencia en la mesa El arte eclesiástico ayer, del II Congreso la Iglesia católica ayer y hoy, que se llevó a cabo en la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del INAH, donde también estuvieron la restauradora Fanny Unikel, de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM), y Martha Fernández, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Maquívar dijo que en el legado escultórico colonial hay ejemplos sobresalientes de Niños Dios, como el Niño Cautivo (siglo XVII) que custodia la Catedral Metropolitana; El Santo Niño de Atocha (siglo XVII), que tiene su santuario en la población zacatecana de Plateros, y el Niño Pa (siglo XVI) de Xochimilco.
Al Niño Dios de la parroquia de San Gabriel Arcángel, que se localiza en Tacuba, en la Ciudad de México, lo suelen vestir de futbolista y le ruegan que la Selección Mexicana logre el anhelado triunfo.
Estas “transfiguraciones” que alteraron la iconografía original de las imágenes devocionales, surgidas a lo largo de tres siglos, no cambiaron su significación religiosa, manifestó Consuelo Maquívar.
En su ponencia Iconografía religiosa ayer y hoy, la especialista de la DEH añadió que las representaciones religiosas no sólo son actualizadas, sino también reinterpretadas, como el cuadro de la imagen trinitaria del Padre Compasivo, en la que Jesucristo aparece separado del instrumento de sacrificio y yace en el regazo de Dios Padre.
En Puebla, un fiel devoto —explicó la investigadora— intervino para que se hicieran tales imágenes en las parroquias del poblado de Tecamachalco, así como en la de San Miguel Arcángel, en el municipio de Libres. Los dos conjuntos escultóricos inspirados en la iconografía novohispana representan a Dios Padre sosteniendo en el regazo a su hijo separado de la cruz, y como peculiaridad el Padre o el Hijo tienen en la mano una esfera que representa al mundo con la silueta de México.
“El globo terráqueo aparece en los pies de la Trinidad y no en sus manos, y además alude claramente a México, lo que hace suponer que quienes lo mandaron a hacer tuvieron la clara intención de implorar la protección de la Divina Providencia a la población mexicana”.
Por su parte, la restauradora Fanny Unikel desarrolló el tema La devoción a color: la policromía en esculturas y retablos; explicó que el uso del color para policromar cumple tres funciones fundamentales: clasificatoria, de distinción y simbólica.
La primera permite discriminar o diferenciar elementos. En el caso de los retablos, se puede apreciar el fondo dorado concentrado en la parte arquitectónica y elementos de distintos colores salpicados sobre la superficie, como los ángeles blancos o esculturas de santos. Mientras que en las esculturas sirve para distinguir las prendas de vestir.
La función de distinción, dijo, es eminentemente social, porque implica la pertenencia a un grupo social, y en los retablos se puede diferenciar a los personajes de determinada orden religiosa, como los carmelitas que usan túnicas blancas.
La tercera función, la simbólica, adquiere un significado particular dependiendo de la cultura y la época. La hoja de oro de los retablos representa la grandeza y se usaba en la vestimenta para imitar brocados.
Finalmente, Unikel comentó que el punto fundamental del arte de la escultura policromada es que el escultor y el pintor tengan como objetivo elaborar una pieza que conmueva al espectador, para ello emplean colores y materiales que crean sensaciones y efectos que convencen por su verosimilitud con lo natural.