La arqueología urbana, que surgió en América Latina en los años 90 del siglo pasado, es todavía un tema que requiere de una perspectiva distinta entre los especialistas en conservación del patrimonio cultural, toda vez que nos ofrece los elementos para entender los procesos de cambio de las sociedades.
El arqueólogo y arquitecto Daniel Schávelzon, director del Centro de Arqueología Urbana, de Argentina, comentó lo anterior durante su participación en el Encuentro Internacional Los nuevos paradigmas de la conservación del patrimonio cultural. 50 años de la Carta de Venecia, que se realiza en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, organizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Para el especialista, la ciudad es fuente de información extraordinaria, pero es fundamental diferenciar la arqueología de la ciudad de la que es hecha en la ciudad, “es una sutileza muy importante”.
Indicó que la arqueología urbana es la que intenta entender los procesos de transformación, lo importante es lo que está entre los periodos y no los periodos en sí mismos. “Se trata de meternos en estratos más estrechos, pero que arrojan valiosa información. Este trabajo nos permite entender mucho más de nosotros y de la historia que la maravilla de los monumentos en sí mismos”.
En su opinión, la Carta de Venecia vislumbraba esta situación y establecía la importancia de reconstruir la memoria usando los monumentos, partiendo del concepto de que preservar era algo bueno, positivo, un camino que había que seguir. Señalaba particularmente que había que conservar todos los momentos y etapas de desarrollo de un monumento, es decir, que las aportaciones de todas las épocas tenían que respetarse. Sin embargo, en la arqueología urbana ya no preocupa tanto el monumento, sino cómo se logró hacerlo, cuál fue el costo social de construirlo.
Daniel Schávelzon mencionó que fue en 1964 cuando comenzó una especie de arqueología urbana en Estados Unidos y en Inglaterra, mientras que en Europa era casi un divertimento para algunas personas porque no parecía ser importante o trascendente. “Ni siquiera tenía un nombre propio, se cobijaba bajo la arqueología histórica y simplemente se excavaban las ciudades para quitar lo de arriba y liberar lo que estaba abajo, porque eso era lo que importaba y había que dejar a la vista”.
En los años 80, en América Latina se empezó a hacer arqueología en urbes como Panamá, México, Porto Alegre, Buenos Aires, porque se sabía que debajo había un patrimonio significativo. Sin embargo, fue en los años 90 cuando surgió una nueva arqueología que intenta conocer y entender los procesos de cambio.
No obstante, subrayó que aún no se supera ese criterio y sigue haciéndose una arqueología en la ciudad y no de la ciudad, una arqueología en la que hay que sacar lo de arriba para conservar lo de abajo. “Lo ideal sería aplicar una nueva perspectiva y no tratar únicamente de revivir las glorias del pasado, sino entender la realidad del presente. Ahí está el cambio y la diferencia”.
La arqueología urbana es una forma de entender a las metrópolis modernas, ya no Roma o aquellas urbes congeladas en el tiempo, sino a las que crecen todos los días con enorme dinamismo, concluyó.
Francisco López Morales, director de Patrimonio Mundial del INAH, al hacer la Revisión de los conceptos fundamentales de la Carta de Venecia, manifestó que dicho documento surgió como continuidad de los postulados de la Carta de Atenas, pero, al mismo tiempo, como necesidad de renovar, profundizar y ampliar sus contenidos, toda vez que “la sensibilidad y el espíritu crítico se han dirigido hacia problemas cada vez más complejos y variados”.
Sin embargo, recordó que el 7 de noviembre de 1995, en la ciudad de Nápoles, en ocasión de la clausura de las jornadas dedicadas al tema La Carta de Venecia, 30 años después, Raymond Lemaire, el mismo que tres décadas antes había definido los 16 artículos de la Carta Doctrinal del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), ponía en tela de juicio su validez de cara al futuro y hacía un llamado a una reflexión rigurosa y actualizada sobre los propios fundamentos de la doctrina.
“Las cartas están de moda. Sin embargo, jamás contienen más que el mínimo sobre el cual está de acuerdo la mayoría. Sólo de forma excepcional abarcan la totalidad del problema que les atañe. Cincuenta años después, esto ocurre con la Carta de Venecia. Redactada por algunos especialistas que pertenecían a la misma corriente doctrinal, cada uno de ellos creía que la filosofía y la ética que subyacía en el texto del documento tenía un valor universal, no obstante su origen occidental”, señaló López Morales.
Agregó que la visión de nuestros contemporáneos respecto al patrimonio monumental ha sufrido modificaciones. El contenido del concepto de “monumento” ya no es el mismo, pero por diversas razones del todo plausibles, las reticencias a embarcarse en la redacción de un nuevo documento doctrinal, o incluso en la modificación del texto original, continúan presentes. “No obstante, aunque la tarea es delicada, conviene implicarse en ello con prudencia y rigor ético e intelectual, pero sobre todo, con respeto hacia todas las culturas del orbe”.