INAH…rescatan fragmentos del Tláhuac prehispánico

Fragmentos del Tláhuac prehispánico comienzan a emerger mediante rescates arqueológicos que profesionales del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) realizan en esa demarcación de la Ciudad de México, particularmente en un predio cercano a la sede delegacional, donde además de vestigios arquitectónicos han registrado entierros humanos y restos de tlacuaches, único marsupial mexicano que sobrevive hasta hoy, y que en los relatos indígenas suele aparecer como el dador del fuego, una especie de Prometeo animal.

Los arqueólogos Octavio Vargas Carranza y Eulogio Gustavo Rangel Álvarez, quienes laboran en este terreno desde hace un par de meses, coinciden en que a través de estas excavaciones en espacios donde se harán obras de infraestructura pública, es como “podemos rescatar al Tláhuac histórico, el de las fuentes, y darle vida con el testimonio arqueológico”.

Los expertos de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH han registrado evidencias arqueológicas en el 25 por ciento de la superficie que abarca alrededor de 400 m², concentrándose en la parte frontal y posterior del terreno.

Ahí, a partir de los 90 centímetros de profundidad, han encontrado restos constructivos de los periodos Azteca I, II y III, es decir, que datan del dominio mexica de la Cuenca de México, que abarca de 1200 a 1521 d.C., cuando Tenochtitlan cayó ante los conquistadores españoles.

Vargas y Rangel explicaron que Tláhuac, antes de la desecación de los cuerpos de agua de la Ciudad de México que se dio de forma paulatina entre los siglos XIX y XX, era una isla enclavada en el Lago de Chalco que tenía sólo dos vías de comunicación con tierra firme, hacia Tulyehualco y al norte, a través de calzadas.

La gente de Cuitláhuac (cuyo significado en náhuatl es “excrecencia divina”), nombre antiguo de Tláhuac, tenía el prestigio de descender de Quetzalcóatl, porque provenían de la región de Tula, siendo de los primeros grupos en asentarse en la Cuenca de México. Por ello, en busca de su legitimación, el penúltimo de los tlatoanis mexicas, Cuitláhuac, fue oriundo de este lugar.

Octavio Vargas, responsable del rescate arqueológico, detalló que conforme a la arquitectura hasta ahora expuesta y los entierros humanos hallados con ofrendas, alude a un área habitacional próxima a lo que fue el centro ceremonial de Cuitláhuac, que yace bajo el edificio y la explanada de la delegación, y que fue ocupada por un grupo, probablemente, de cierta jerarquía.

Hacia el frente del predio, en un área de 2 por 6 m, los especialistas han excavado un espacio que debió componerse de diversos habitáculos pues han ubicado al menos tres accesos. En uno de sus extremos encontraron parte de la osamenta de un individuo adulto, en cuyas extremidades inferiores estaban dispuestas, a modo de ofrenda: una olla, platos, cajetes y algunos caracoles del género Oliva que procederían de la Costa del Golfo o del Pacífico. También se hallaron orejeras con aplicaciones de turquesa y cuentas de piedra verde que pudieron conformar un sartal.

En el extremo opuesto de la estructura y dentro de una olla, se descubrió un entierro infantil, con molcajetes trípodes a su alrededor. También, a escasos dos metros, frente a la estructura antes señalada, encontraron una cista (excavación circular delimitada con piedras) en cuyo interior estaba la inhumación de un menor de entre 5 y 6 años al que le fueron colocadas cuatro navajillas prismáticas de obsidiana verde.

Por el nivel en que se encuentran los contextos funerarios, los arqueólogos estiman que datan de 1200 d.C., aproximadamente. Respecto a la arquitectura, el arqueólogo comentó que entre los materiales de construcción se han observado piedras de basalto o tezontle, arena y, en lugar de cal, un tipo de pómez blanca como cementante. Lo interesante es que en Tula se ha registrado un sistema constructivo similar, aunque en esa ciudad sí empleaban la cal.

La parte posterior del terreno se encontró muy alterada por distintas conexiones de drenaje, no obstante se ubicaron los arranques de algunos muros. En la esquina de uno ellos y bajo piso, se hallaron (a espera de confirmarse por la bióloga Alicia Blanco) los restos de un par de tlacuaches dispuestos como ofrenda.

El arqueólogo Octavio Vargas ofreció pormenores sobre la variedad de materiales que se han encontrado en el terreno, por ejemplo, piezas de cerámica con la representación de un Xólotl (perro) y un sello con la figura de un mono araña y el símbolo de un caracol recortado (ehecacoxcatl), distintivo del dios del viento Ehécatl; malacates finos, agujas hechas con hueso de venado, una pequeña representación del dios del Fuego Viejo, Huehuetéotl; un pendiente hecho con parte de un hueso craneal humano, herramientas de molienda y puntas de lanza, entre otros.

“También se han registrado materiales que provienen de otras regiones de Mesoamérica, como jadeíta, serpentina y turquesa, lo que da cuenta de las relaciones que Cuitláhuac mantenía con otras áreas, al haber sido un lugar de paso hacia el centro de la Cuenca de México, además fue un lugar donde se practicó el cultivo intensivo mediante el empleo de chinampas; tenían recursos agrícolas con los cuales comerciar”.

El predio donde el INAH labora fue ocupado sucesivamente luego de la época prehispánica, como lo confirman arranques de muros y tiestos coloniales que se han registrado, y el hallazgo de monedas como un tlaco con la leyenda: Istacalco, que dejaron de circular a finales del siglo XIX, además de materiales modernos.