Considerada como ciudad sagrada por el judaísmo, el cristianismo y el islam, la capital de Israel siempre ha estado ligada a conflictos y conquistas que se extienden hasta nuestros días. La primera de ellas la llevó a cabo el rey David de Israel y Judá, quien en el siglo XI a.C. creó su reino en la Ciudad Vieja. A él le sucedió su hijo, Salomón, quien comenzó a levantar parte de los edificios que se conservan de la época.
Jerusalén es una de las ciudades más antiguas del mundo y, a lo largo de su historia, ha estado bajo el control de numerosos imperios como el babilonio, el persa, el macedonio, el romano, el bizantino y el otomano. Durante los diferentes dominios, los judíos fueron desterrados en varias ocasiones, como con la llegada del rey Nabucodonosor II de Babilonia, quien destruyó gran parte de la ciudad; o durante la diáspora iniciada por el emperador romano Adriano en el año 135, cuando el territorio pasó a ser provincia romana en Palestina.
Las diferentes conquistas dejaron como legado algunos monumentos de épocas y religiones distintas, aunque muchos de ellos fueron destruidos por los gobernantes sucesores, como pasó con el Muro de las Lamentaciones, que no es más que los vestigios del Templo de Jerusalén.
El cristianismo comenzó a coger fuerza bajo la dominación del Imperio bizantino, que hizo que la ciudad fuera una de las cuatro sedes de esta religión y en el 326 se ordenó construir el Santo Sepulcro sobre uno de los lugares más sagrados del cristianismo, el monte Gólgota, donde Cristo fue crucificado. Tres siglos después, el Imperio sasánida la convirtió al islam, pasando a formar parte del califato de Omeya de Damasco, el califato abasí de Bagdad y el Imperio otomano. Fue precisamente en esta época cuando se erigieron la Cúpula de la roca y la mezquita de Al-Aqsa.