El antropólogo Johannes Neurath, curador e investigador de la sala etnográfica Gran Nayar del Museo Nacional de Antropología del INAH, quien por más de dos décadas ha estado involucrado con personajes y comunidades del territorio wixarika: el Gran Nayar, en la parte meridional de la Sierra Madre Occidental, es el autor de La vida de las imágenes. Arte huichol.
En flechas, jícaras, tablas de estambre y máscaras, entre otros objetos, subyace el poder (cuando el objeto es creado por un chamán y no sólo por un artista) de algunos de los emblemas cosmogónicos de este pueblo que ronda los 44 mil miembros.
Uno de esos emblemas es la cruz romboide que alude a la concepción que tienen del universo, dividido en cuatro partes y un centro, a manera de quincunce, que simboliza mediante el “encuentro armónico” de cuatro mariposas el equilibrio entre el aspecto espiritual y material del mundo.
Estos cardinales —explicó Johannes Neurath—, refieren a los puntos de su geografía sagrada, muy específicos en un paisaje que abarca las colindancias de Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas, y como eje, la Sierra Madre, vinculados a su vez con mitos que vienen de tiempos pretéritos, pero que se recrean en cada momento porque están vivos.
En las páginas centrales de La vida de las imágenes. Arte huichol, se despliega la fotografía de una tabla de estambre que es una de las piezas centrales de la sala Gran Nayar, creada por José Benítez Sánchez. Entre los muchos relatos a los que puede dar lugar, está justamente el peregrinaje del pueblo wixarika, del mar al desierto, y viceversa.
Ahí, entretejido, está el centro del universo: Te’akata, en la sierra; al oeste, Haramaratsie, en el mar y costas del Pacífico jalisciense; cerca del puerto nayarita de San Blas está Waxieme o la piedra blanca (punto de partida del viaje iniciático de los dioses). Al oeste se levanta Wirikuta en la sierra de Catorce, San Luis Potosí, donde sobresale el cerro sacro Re’unari.
Con su dedo sobre la página, Neurath señala Hauxamanaka, hacia el extremo norte, en los bosques de la sierra de Durango; también allí se encuentra otra significativa elevación: el Cerro Gordo. Por último, al sur, el santuario Xapawiyeme, ubicado en la Isla de los Alacranes, del lago de Chapala, en Jalisco.
“Los huicholes no hacen arte en el sentido occidental, es mucho más complejo que eso. Las imágenes no son simplemente imágenes, sino son seres, dioses, ancestros que les exigen sacrificios y la participación en fiestas y rituales”, comentó el antropólogo, quien añadió además que estas “escenas” surgen del nierika, el “don de ver”.
En orden, dentro de lo que en apariencia es caos, puede aparecer Takutsi Nakawe, “Nuestra abuela, la Carne vieja”; o las diosas madres de la lluvia, Tateiteime Nia’ariwamete; Na+r+, el dios de los torrenciales y esposo del monstruo Nakawe; Waxiewe, la roca blanca de San Blas; o Tatei Y+rameka, “Nuestra madre, el Retoño”.
“Ellos se manifiestan en piedras, en estatuas, en cerros, en bocas, en todo lo que es sólido, que a su vez es producto del auto-sacrificio”, afirmó Johannes Neurath.
La vida de las imágenes. Arte huichol es un volumen que cruza los mundos de la antropología y la estética, bajo un enfoque que retoma todos los aspectos de su arte y lo proyecta como un grupo dinámico, organizado y cohesionado, en un mundo globalizado.
En sus páginas también se abordan dos objetos relevantes dentro de la vida ceremonial de los wixaritari: las flechas (+r+te) y las jícaras (xukurite) votivas que siempre forman pares complementarios, éstos transportan la sangre de animales sacrificados a las moradas de las deidades.
Al igual que las pinturas de las flechas, las figuras de estrellas, venados, vacas, plantas de maíz y seres humanos de ambos sexos, y demás aplicaciones en las jícaras, son oraciones o plegarias.
“La chaquira significa vida. Lo que se pide es, entonces vida (tukari) y salud, hijos, éxito en la cacería, buenas cosechas y dinero. Las pequeñas figuras humanas de cera remiten a los niños y los familiares, las plantitas de maíz a las cosechas… En el centro de cada jícara se encuentra un círculo que representa el iyari, “corazón”, de objeto”, explicó el autor.
En la presentación del libro ?publicado por el Conaculta y Artes de México?, que se realizó en el Museo Nacional de Antropología, Antonio Saborit, titular de ese recinto, expresó que el interés que despiertan las creaciones de los artistas huicholes tiene que ver con el hecho de que son un arte nuevo, “destinado a desequilibrar, a desubicarnos, con su innegable contemporaneidad”.
El acto también contó con los comentarios del poeta mazateco Juan Gregorio Regino y Gabriela Olmos, subdirectora de Artes de México, casa editorial que ahora saca a la luz La vida de las imágenes. Arte huichol.