«Gracias a los miembros de El Colegio Nacional por su respaldo para ingresar a esta institución, espero honrar la elevada responsabilidad que me confieren”, fueron las palabras que expresó el escritor y periodista mexicano Juan Villoro la noche del 25 de febrero, en la ceremonia con la que ingresó a la institución fundada el 15 de mayo de 1943.
Manuel Peimbert, presidente en turno de El Colegio Nacional, expuso que Juan Villoro se suma a la ilustre lista de escritores fundadores de la talla de Alfonso Reyes, Enrique González Martínez y Mariano Azuela, que precedieron a otros integrantes como Octavio Paz, Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco.
Antes de ofrecer su discurso, el autor de El disparo de Argón celebró la coincidencia de formar parte de la misma casa en la que oficia, dijo, el “inconmensurable” Luis Villoro. “Cuando estaba en El Colegio, siendo yo niño, y llamaban a mi padre, eso nunca era una buena noticia. Agradezco la generosidad de la vida para que ahora mi padre y yo podamos estar en El Colegio sin que eso resulte amenazante”.
Asimismo mencionó que su ceremonia de ingreso iba a ser presidida por el poeta José Emilio Pacheco (fallecido el pasado 26 de enero). “Imagínense la ilusión que me hacía contar con su presencia en esta sala. Su reciente desaparición nos ha sumido en el dolor y ha puesto a prueba nuestro ánimo, pero también nos obliga a recordar que la literatura es la más asombrosa manera de conversar con los difuntos”.
Ante algunos de los integrantes de la institución con 70 años de historia, personalidades de la comunidad cultural del país, familiares, amigos y público en general, Juan Villoro ofreció como discurso de ingreso el titulado Históricas pequeñeces: vertientes narrativas en la obra de Ramón López Velarde, donde se refirió a la vida y obra del poeta mexicano, del que aparentemente se ha dicho todo, dijo.
Indicó que Ramón López Velarde es un clásico revisitado, que ha contado con el dudoso privilegio de representar las esquivas esencias vernáculas; el poeta más y mejor leído de México que ha pasado de la temprana interpretación de Xavier Villaurrutia a las rigurosas ediciones de José Luis Martínez, pasando por los ensayos decisivos de Octavio Paz, Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco.
“Autores de su generación o cercanos a ella como Luis Miguel Aguilar, Marco Antonio Campos, Guillermo Sheridan, David Huerta, Vicente Quirarte, Gonzalo Celorio, Víctor Manuel Mendiola o Eduardo Hurtado han contribuido a mantener viva la flama de su poesía”, apuntó.
En su discurso sobre el autor de La sangre devota, Juan Villoro aportó datos biográficos, como su colaboración con Francisco I. Madero y que, su poema La suave patria le permitió fuera visto como un autor nacionalista e incluso revolucionario.
Indicó que López Velarde es un personaje central del relato de la modernidad mexicana que vivió en crisis con su país, pero cuyo destino fue similar al de José Guadalupe Posada, apuntó, porque murió en el anonimato sin saber que era un artista y de forma póstuma fue convertido en el precursor de una revolución en la que no creía.
Juan Villoro expuso que las discusiones en torno a los dos libros que publicó en vida Ramón López Velarde: La sangre devota y Zozobra y sus tres libros póstumos, Son del corazón, El minutero y Don de febrero, han sido suficientes para mitificarlo y desmitificarlo.
“Convertido en estatua, santo milagrero, calle y sitio web, López Velarde no puede impedir que un tequila se llame la Suave Patria; mártir cristiano, héroe cívico, leyenda digna de un corrido, el hombre que murió a la edad de Cristo; se somete al fecundo placer de la lectura y a los equívocos de la adoración, al mismo tiempo se trata de un clásico hacia adentro que rara vez rebasa nuestras fronteras”.
En su discurso, Juan Villoro también resaltó vínculos entre Ramón López Velarde y James Joyce, mencionó que uno fue antiyanqui y el otro antibritánico, sin embargo, en la obra de los dos el flujo natural de la conciencia es una especie de estilo y que en el último capítulo del Ulises de Joyce, Bloom le narra a Dédalo los temas que le interesan: el celibato, la identidad, la patria, la literatura, la educación religiosa; los mismos temas que, en opinión de Villoro, eran los que interesaban a López Velarde.
Tras recibir una gran ovación por parte de los presentes que no dejaron un lugar vacío en el Aula Mayor de El Colegio Nacional, el antropólogo Eduardo Matos Moctezuma respondió el discurso.
Consideró a Villoro como uno de los integrantes de la literatura mexicana actual que lo mismo habla del viento, de la tarde, de la tristeza o de la alegría. “Su versatilidad es impresionante y ha transitado a través de la novela, el ensayo, la crónica, el cine, el teatro, nada en el mundo de las palabras le es ajeno, de su pluma brotan palabras que retratan situaciones y personajes que transitan por la vida con su propia carga y cargas ajenas”.
Mencionó que el tema de su discurso de ingreso se agrega a la montaña literaria que ha creado con profundo conocimiento, inteligencia, pasión, humor y buena pluma.
El ingreso de Villoro a El Colegio aseguró es una alegría, y añadió “te integras al grupo de distinguidos escritores que han privilegiado a El Colegio con su presencia, y al que hoy son parte de nuestra institución: Ramón Xirau, Gabriel Zaid y Fernando del Paso. Que hoy formes parte de este grupo selecto que tanto ha dado a la literatura honran a El Colegio Nacional”.