Las contradicciones suelen ser interesantes, y eso es válido en Europa desde hace 1.200 años: Carlomagno no sabía leer, pero creó en Aquisgrán la mayor biblioteca de su tiempo. La frase más célebre del luxemburgués Jean-Claude Juncker (Redange, a apenas 150 kilómetros de aquella biblioteca, 59 años) es “los políticos sabemos lo que hay que hacer; lo que no sabemos es cómo volver a ganar las elecciones si lo hacemos” -según nota de El PAÍS-.
Pero a Juncker no acaba de gustarle ese aforismo: “Es una estupidez”, apuntaba a este periódico hace unas semanas; “yo he sido primer ministro durante 18 años, casi un récord mundial, haciendo lo que había que hacer, y aun así he ganado varias veces en las urnas. Y me presento a las europeas como líder del partido ganador en el Parlamento Europeo durante los últimos 15 años, y en medio de la peor crisis en décadas creo que vamos a llegar a 20 sin promesas estridentes, diciendo lo que creemos que hay que hacer”.
Efectivamente, Juncker ganó aquellas elecciones. Y —más contradicciones— acaba de ser ungido por los líderes de los Veintiocho para presidir la Comisión gracias, sobre todo, a la oposición rabiosa del premier David Cameron, un líder británico lo suficientemente hábil como para ponerse a todo el mundo en contra —empezando por la canciller alemana, Angela Merkel, a quien nunca ha acabado de gustarle Juncker— y poniéndole en bandeja el cargo. ¿Más contradicciones? Al dirigente conservador le votaron más primeros ministros socialdemócratas (12) que populares (11), además de cuatro liberales. Europa en estado puro.
» Paradojas de viejo roquero. El hombre que está llamado a renovar la UE, a riesgo de elevar el malestar y la desafección hasta cotas inaguantables si nada cambia, es una de las caras más veteranas de ese magma mal llamado Bruselas; un miembro destacadísimo de la vieja Europa. El próximo presidente de la Comisión es un exdirigente conservador de un paraíso fiscal; pero está a favor de un salario mínimo en todo el continente. Y fue uno de los muñidores del primer rescate a Grecia (un desastre se mire por donde se mire), aunque ahora dice que no es partidario de fijar condiciones draconianas en las ayudas sin atender a las consecuencias sociales de los recortes.
El hombre más peligroso de Europa, según las caricaturas hiperbólicas que abundan en la prensa anglosajona, es hijo de un nazi, bebedor, rabioso federalista y antibritánico, mentiroso y amante de oscuros pactos: el mismísimo diablo, si se atiende a las hipérboles de los diarios ingleses. Y sin embargo, uno se sienta a su lado y lo más parecido al riesgo son las continuas volutas de humo que va soltando, cigarrillo tras cigarrillo, y que confieren un halo casi hipnótico a la conversación. Su sucesor en el Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, le acusó de beber más de la cuenta; tuvo que disculparse hace unos días. Juncker no se ha inmutado: “No tengo problemas con el alcohol; pregúnteme por Europa y no perdamos el tiempo”.
» Anecdotario. Más allá de sus ideas políticas —derecha clásica en lo económico con una indiscutible pátina social—, Juncker aparenta más de sus 59 años y concita un extraño consenso entre las capitales: no es el idóneo para el puesto y es dudoso que tenga la energía que requiere la Comisión. El viernes, una alta fuente europea apuntaba que tras llamar para felicitarle no detectó “mucho entusiasmo”, pero añadió que esa energía “aparece en cuanto uno accede al cargo”. Juncker, en fin, es una incógnita: como lo fueron todos sus antecesores antes de llegar a lo más alto. Socarrón y refractario a tomarse las cosas demasiado en serio (“cuando la cosa se pone seria hay que mentir”), ha protagonizado un sinfín de anécdotas. En una visita a China agarró del hombro al primer ministro: “Pensar que entre tú y yo lideramos los destinos de una tercera parte del mundo”. En 2004, en su primera aparición como jefe del Eurogrupo, un periodista le preguntó cómo se llamaba míster euro. “Jean-Claude”, contestó sin titubeos ante la carcajada general: a su lado se sentaba Trichet, expresidente del BCE y otro ilustre Jean-Claude de la política europea. ¿Genio y figura? Veremos.