La vida de un ser humano, medida en términos geológicos, dura apenas un suspiro. Y las oportunidades de ver un volcán en erupción sin que el espectáculo acarree excesivos peligros –sin explosiones violentas, nubes de gases ni letales lluvias de ceniza–, como el Tolbachik, son pocas.
Hubiese sido una pena no aprovechar la ocasión, incluso a pesar de que en un primer momento a los fotógrafos de naturaleza Sergey Gorshkov y Vladimir Alekseyev y a mí nos pareciera que el simple hecho de llegar hasta allí era una empresa imposible.
La única carretera desde el asentamiento de Kozyrevsk hasta el volcán había quedado sepultada bajo un río de lava, por lo que el acceso solo era posible en helicóptero. Esto significaba que dependíamos por completo de la meteorología y de la visibilidad en la zona de la erupción.
En segundo lugar, estábamos en pleno invierno, un invierno glacial con temperaturas de 40 °C bajo cero, y corría el rumor de que un topógrafo desplazado en la zona había sufrido graves daños en las manos por congelación. Aun así, decidimos ponernos en marcha.
La península de Kamchatka forma, junto con las islas Kuriles, un arco insular en una de las zonas sísmicas y volcánicas más activas del mundo. Situada en el extremo oriental de Rusia, es parte del Cinturón de Fuego del Pacífico, donde tiene lugar la subducción, o hundimiento de las placas oceánicas por debajo de los continentes.
De los 540 volcanes activos conocidos en la Tierra, 348 se concentran en este cinturón ardiente. Los terremotos más intensos están relacionados con el mismo fenómeno, la colisión de las placas. En consecuencia, los seísmos y las erupciones volcánicas se suceden con regularidad y dan forma al paisaje de Kamchatka.
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