
Ciudad de México.- Los registros históricos del Meteorológico de Tacubaya no mienten: los capitalinos de hoy nos asamos en un caldero entre dos y cuatro grados centígrados más candente, en promedio, que en el que vivieron nuestros ancestros de hace 130 años.
—Cosa de ver los datos— pienso mientras espero en la sombrita de 70 centímetros de ancho que regala el asta bandera del Zócalo, único espacio de frescor en medio de un hornazo de sol a una de la tarde, cuando una hilera de acalorados buscamos la forma de caber, hechos bola, en el reducido espacio sombreado y evitar el destello grosero, bochornoso, de los 30 grados.
Si en 1877, año de la fundación del Servicio Meteorológico Nacional, la temperatura máxima promedio anual de la ciudad de México fue de 22 grados, pero para 2009 ya ha trepado hasta los 24.3 grados, pues algo pasa en Dinamarca, me digo: yo siempre tan perspicaz y acalorado.
Según esos mismos registros, antes de 1998 la ciudad de México jamás tuvo un promedio anual de temperatura máxima que superara los 25 grados centígrados. No es que no hiciera calor, claro, sólo que era por periodos menos prolongados, y principalmente en abril y mayo, históricamente los meses en que se registran las más altas temperaturas en esta región.
Entre 1877 y 1950, por ejemplo, la ciudad vivió anualmente pocas ondas de calor, entendidas como rachas de tres o más días consecutivos de temperaturas superiores a los 30 grados. Fueron entre dos y seis anualmente, en promedio, durante toda esa época. La ciudad era pequeña. Y el valle arbolado.
En contraste, en la última década del siglo XX se registraron 17 ondas de calor superior a los 30 grados, mientras que en los últimos 10 años han sido por lo menos 16. Como dicen los chavos de hoy: “¿qué onda con el calor?”
Estudios recientes, como los elaborados por el investigador de la UNAM Ernesto Jáuregui, anotan indicios claros de que, con el calor, los habitantes de la ciudad se vuelven seres más estresados.
La capital del país, dice el especialista considerado precursor de los estudios climatológicos en la ciudad, padece y padecerá un irrefutable aumento de su temperatura, debido a su morfología urbana y a que no termina de crecer, a que aumentan sus tramos asfaltados y se reduce su ambiente rural.
Yo ardo, tú ardes, ellos arden…
Si se lo preguntamos a los capitalinos, de inmediato responden, “sí, el calor está del nabo”, expresión muy usual en estos días, pero que honestamente quién sabe qué signifique.
Aunque la ciudad de México no llega, ni de lejos, a vivir las temperaturas de infierno que pueden registrarse en lugares desérticos o semidesérticos del norte del país, como Chinipas, en Chihuahua, que ha vivido en estos días hasta 46.5 grados en promedio, o Mexicali, un horno urbano de comida china exquisita, cuyos topes históricos han rozado los 52 grados centígrados, los capitalinos tenemos calor.
Será por que los estándares que miden la temperatura aquí son muy distintos, debido a la condición geográfica de ciudad ubicada a 2 mil 250 metros sobre el nivel del mar, en los trópicos, y a su clima templado.
Al poner un poco de atención a esos detalles, uno notará que los capitalinos se quejan del calor, pero siguen inalterablemente con su actividad diaria, de lo más normales.
A no ser por el Metro, cuyo fogón se cuece aparte, los capitalinos apenas toman precauciones ante la más reciente onda de calor, que durante buena parte de la semana ha puesto los termómetros en la rayita de los 30 grados.
Algunos salen con sus sombrillas, muchos usan ropa ligera, algunos más se quitan los sacos, rumian su calor en las redes sociales o tuitean: “Dios dijo, hágase el calor… y salió la ciudad de México”, “#Quepinchecalor” o “En el bosque de Tlalpan está más fresco, vénganse”.
Como siempre, en la ciudad los más jóvenes tienen el recurso de bañarse en las fuentes. Y de éstas, la recién inaugurada en Plaza de la República, ante el Monumento a la Revolución, es la que está más de moda.
Ahora que si se le pregunta a una beneficiaria de estos hechos, a alguien que ha sabido capitalizar para sí esta cosa de las ondas de calor, la cuestión cambia.
—Pues, la mera verdad es mi mejor época del año –me dice la muchacha expendedora de “sueros”, mientras me prepara mi bebida.
En medio de la Plaza de la Constitución, con las carpas de los maestros inconformes incrementando los hervores de la tarde como un invernadero, ella lleva la suma precisa de sus ventas diarias en promedio en estos días de máxima temperatura, reflejo nítido de la sed y el bochorno callejeros en la gran ciudad.
—Se venden unos 200 sueros al día, más o menos –dice. Bebidas refrescantes de a 15 pesos, para quitar la calor:
Un vaso, previamente bañado de sal, repleto de hielos (nadie puede asegurar que completamente limpios, pero ¿a quién le importa?), el jugo de dos limones bien exprimidos, un refresco Squirt de 500 mililitros o un Tehuacán, una Sangría Señorial. Un baño de chamoy al gusto o una rociada de chile piquín en polvo y al final la efervescencia natural de toda la mezcla.
—¿A poco no refresca? -me pregunta, ya a punto de hacer avanzar su carrito de supermercado repleto de envases, que es detenido, a unos cuantos pasos, por el apremio sediento de otros capitalinos. También buscan algún remanso para aguantar la rudeza de este solazo.
Agencia El Universal