La compañera eufrosina

I.

La semana pasada, tejedoras de San Andrés Larráinzar recibieron de manos de Felipe Calderón el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2010 en el campo de tradiciones populares; cuánta fuerza desbordan sus hilados para volverse al menos momentáneamente visibles al poder y sin embargo, nuevamente fueron perceptibles por su folclor colorido, por su inigualable esencia cultural, por la apología descafeinada a la tradición y al pasado.

Paradojas del poder desmemoriado, hace catorce años ahí en Larráinzar, en la tierra de estas mujeres diestras, se materializaba en los acuerdos de la mesa de derechos y cultura indígena, la posibilidad de arrancar al estado una nueva relación con los pueblos indios, que les permitiera revertir las condiciones estructurales de pobreza y marginación, ampliar su participación y representación política así como su acceso pleno a la justicia.

Sin embargo, como se vería después, el poder fue preciso para vislumbrar claramente la amenaza real que suponía para su hegemonía la conquista del poder regional por parte de los pueblos y comunidades indígenas y así se malogró la reforma y en un país que no tiene políticas de continuidad transexenales, los administradores del estado, independientemente de su signo partidista, han sido inusitadamente eficientes desde los ámbitos estatal y federal, para no dar descanso ni paz a las comunidades insurgentes que encabezaron desde 1994 esta larga jornada.

Pero antes y después de esos años, mucho es lo que había y sigue caminando, la reivindicación indígena, detonando infinidad de procesos en los pueblos y municipios de todo el país, transitando desde las luchas por la tierra a las luchas por apropiarse del control del proceso productivo, por la defensa de sus recursos naturales hasta la lucha por hacer un Estado multiétnico y democrático con las banderas de autodeterminación y autonomía.

Hay pues, un largo acervo acumulado en el movimiento indígena, una historia nutrida con demandas afinadas en jornadas de sudor, pólvora y sangre, consolidada al paso de triunfos y claudicaciones. Herencia dura, áspera, que sintetiza décadas de luchas y experiencias.

La hoy presidenta de la mesa directiva de la LXI legislatura del estado, la diputada Eufrosina Cruz Mendoza, desde su toma de protesta ha reiterado frases y declaraciones que dejan claro que su sello distintivo y bandera particular será la trinchera de lo indígena, haciendo énfasis en lo que ha sido su propia causa que la llevó a la posición que hoy detenta: democratizar los usos y costumbres para que permitan la participación equitativa de hombres y mujeres.

Indudablemente, Eufrosina por sí sola tiene mayores méritos para estar ahí que más de la mitad de la legislatura anterior, una mujer que ha batallado contra la exclusión y complicidad de autoridades de distintos niveles, que muestra intenciones de hacer un ejercicio honrado y decoroso y que hoy detenta una posición en un inédito congreso plural. Es imperativo que se vincule, se empape de la tradición de resistencia del movimiento indígena, que no haga de esta bandera una trinchera cómoda de frases políticamente correctas, cuando la historia dice que ha sido puesto de combate inclemente.

Halagos, progresista cortesía, autocomplacencia sobrarán para festinar su cargo, inmersa en un partido sin tradición de lucha social, derechoso y neoliberal, puede convertirse en la figura que tranquilice las conciencias, en ser nuevamente forma sin fondo; sin embargo, la situación del estado, la coyuntura histórica exige profundidad en los planteamientos de lo indígena, no bastan ya sólo los planteamientos generales y maniqueos de denunciar la pobreza, la marginación de lo indígena, los muchos qué sin un solo cómo.

En Oaxaca, hablar de la reivindicación de los derechos indígenas es hablar directamente de la relación del poder ejecutivo con los municipios, una relación que ha sido y es, vertical y autoritaria, masculina y excluyente, que rebosa de opacidad en el uso de los recursos públicos de los ciudadanos, que impone proyectos, modelos de desarrollo, dispone de recursos de las comunidades, que subordina y desprecia la autonomía municipal. Democratizar y transparentar esta relación impulsará a su vez que los municipios tengan una participación más pareja de sus hombres y sus mujeres, donde la norma consuetudinaria se transforme, se vitalice, desterrando las costumbres que enajenan y empobrecen espiritual y materialmente a las comunidades.

Ojalá que la compañera eufrosina subvierta las buenas maneras y se convierta en la más zapatista, la más campesina de los panistas, la más indígena en el mejor sentido de honrar esa palabra, que es honrar la herencia de luchas acumuladas. Más allá del color, del folclor, de la postura correcta y el discurso poéticoindigena que tranquiliza a las buenas conciencias.

II.

Que ganas de escribir una columna que fuera un round de sombra entre el humor gandalla y el juicio agudo, que desmadejara los senderos de la bohemia, que supurara el espíritu de las pláticas encendidas por el vino, que frente al mar de opinadores profesionales -que hoy abundan- solo ambicionara dejar un brevísimo resquicio de esperanza cual sabroso buqué de mezcal… pero como esa columna imaginada se resiste a ser escrita, sólo queda esta otra, para compartirla con quien se anime. Saludos.