En el oeste del archipiélago, La Gomera es la isla canaria más quebrada, característica que hace que también sea una de las más intactas.
Vista desde el aire, se muestra como el volcán redondo que fue en su origen; vivida de cerca, exhibe una orografía tan compleja que para ir de un valle a otro obliga a subir y bajar por pistas que a menudo se convierten en balcones de excepción.
Cualquier visita debe comenzar en la capital, San Sebastián de La Gomera, admirando su arquitectura colonial y disfrutando de un primer contacto con la gastronomía local.
Desde allí, y para obtener una visión del paisaje vertical gomero, se puede viajar hasta el mirador del Santo, situado cerca de Arure, en el noroeste de la isla. Desde ese punto se divisa abajo la aldea de Taguluche, con sus casas de piedra volcánica empequeñecidas por los acantilados que se hunden en el agua en la llamada Punta del Viento.
El paisaje abrupto y marrón de Arure cambia a verde y exuberante al dirigirnos hacia el norte donde está el municipio de Vallehermoso.
La tranquila y colorida población de interior que le da nombre vive a la sombra del omnipresente Roque Cano, un pitón volcánico de 200 metros de altura. Vallehermoso está conectada por una carretera de cuatro kilómetros con su playa homónima, encajada entre acantilados.
En ella sobresale una construcción singular: el Castillo del Mar. Se trata de un antiguo pescante, que eran pequeños muelles alzados sobre pilares que servían para cargar y descargar mercancías en costas tan accidentadas como ésta.
El litoral norte esconde otro tesoro gomero, el acantilado de Los Órganos, declarado Monumento Natural, al que vale la pena acercarse por mar para apreciarlo en toda su magnitud