La tristeza y la depresión son sentimientos que muchas personas no comprenden, creen que simplemente es una cuestión de voluntad de quienes las padecen. Sin embargo, las personas deprimidas se sumen en un abismo de dolor del que muchas veces no logran salir y esto es precisamente lo que retrata el cineasta argentino Santiago Loza en su más reciente filme La paz (2013), el cual se integra al 34 Foro Internacional de la Cineteca Nacional.
Ganadora del premio a Mejor Película en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, así como del reconocimiento de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Latinoamericano de Lima, Perú, se proyecta a partir del martes 8 de julio en el complejo cinematográfico del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
El también director de Extraño (2003) y Los labios (2010), ofrece en este material un drama y un retrato intimista en torno a Liso (Lisandro Rodríguez) un atractivo y joven muchacho, hijo único de una familia de clase media alta, quien pareciera no necesitar nada para ser feliz.
Sin embargo, desde el inicio del filme se percibe la melancolía en su mirada y en pocos minutos entendemos que se encuentra a punto de ser dado de alta de un hospital psiquiátrico.
Sus padres le esperan ansioso para llevarlo de vuelta a casa, donde parece que goza de todas las comodidades que cualquier ser humano puede desear, ahí pasa largos momentos en su jardín descansando y remojando sus pies en la alberca. Además cuenta con la atención y los meticulosos cuidados de su mucama, Sonia (Fidellia Batallanos Michel), quien parece tener mejor relación con él que su asfixiante madre (Andrea Strenitz), o al menos demuestra conocerlo mejor y entender que está sumido en una agobiante tristeza.
Por otro lado, el exigente y apartado padre del protagonista (Ricardo Félix) no comprende la enfermedad de su hijo y confiesa que se siente cansado. Cree que el protagonista juega a hacerle al loquito para echarlo todo a perder y se lo hace saber constantemente.
Mientras que su abuela (Beatriz Bernabé) es una de las personas a las que más confianza tiene, pues comparte con ella los síntomas de la depresión. Por lo cual pasa mucho tiempo a su lado y la pasea en su moto.
Las otras mujeres con las que se relaciona, amigas y exparejas sentimentales, le aseguran que no lo comprenden y que de alguna manera él les ha hecho mucho daño al arruinar las relaciones.
Mientras el mundo entero le reprocha su comportamiento y su falta de adaptación, su madre lo sobreprotege, le asegura que puede hacer lo que él quiera o no hacer nada sin preocuparse, y a pesar de ello Liso no logra sentirse mejor y continúa sumido en un profundo silencio. Pasa sus días sin saber qué quiere hacer, recorriendo las calles en su motocicleta y acostándose con prostitutas.
Es un filme sumamente contemplativo donde los acercamientos de cámara a los rostros y las miradas de los personajes, sobre todo el del protagonista, nos contagia la sensación de vacío. Muchos planos cerrados y secuencias prolongadas a cargo del cinefotógrafo Iván Fund nos ayudan a interpretar los sentimientos y emociones de quienes rodean al personaje depresivo y a él mismo, y nos contagian su nulo deseo de encajar en una sociedad que lo rechaza porque no lo comprende.
En realidad pareciera que al protagonista no le sucede nada grave, pero es esa «nada» lo que sustenta el metraje. La permanente mirada triste y ausente de Liso, y cómo sus seres queridos se enfrentan a su condición es la justificación de la totalidad del filme que está dividido en siete capítulos que van dando nombre a cada episodio de su nueva vida.
Sólo cuando se enfrenta a la pérdida de los únicos dos seres que le comprenden: su abuela que muere y Sonia que amenaza con regresar a Bolivia, el protagonista entiende que debe dar un giro a su vida y escapar del agobio que lo asfixia. La catarsis lo sume en la desesperación, pero al mismo tiempo comprenderá que el origen de sus males tiene que ver precisamente con la estabilidad de su entorno, el cual debe cambiar si quiere alcanzar la paz.