Paisaje, arte, gastronomía y vino son una combinación perfecta para una escapada viajera. Todo ello lo hallamos en La Rioja, una región con nombre y aroma a vino que ha inspirado a numerosos artistas.Ya en el siglo XIII, el poeta riojano Gonzalo de Berceo escribió sobre su obra: «bien valdrá, según creo, un vaso de buen vino». Meca del enoturismo en nuestro país, su tradición vinícola es una de las principales razones que animan a visitar esta tierra, cuya historia va unida al cultivo de la vid.
Logroño, la capital autonómica, es también la base idónea para iniciar este recorrido entre viñedos. Allí se pueden visitar bodegas centenarias y otras con modernas intervenciones artísticas, así como algunos «calados», los pasadizos subterráneos de origen medieval donde se dejaba envejecer al vino. En Logroño es imprescindible recorrer el casco antiguo, sobre todo las calles Laurel y San Juan donde hay tascas y mesones con barras rebosantes de pinchos. Pero la ciudad es más que vino y tapas, como demuestra la visita a la concatedral de Santa María La Redonda, a la iglesia románica de San Bartolomé y a la de Santa María de Palacio, cuya torre piramidal destaca sobre los tejados. Y, como final, dar un relajado paseo por las orillas arboladas del río Ebro.
Salimos de Logroño en busca de más bodegas y paisajes de viñas. En La Rioja se pueden seguir varias rutas enoturísticas. Una de las más populares es la que comunica Logroño y Haro. Los 50 kilómetros de trayecto merecen recorrerse a ritmo lento con paradas en enclaves sorprendentes: Navarrete, famosa por su alfarería; Cenicero, cuyas casas de piedra alberga bodegas en la planta baja; San Asensio, que presume de tener el mayor número de bodegas de La Rioja, entre las que destaca Lecea, fundada en el siglo XVI; y el castillo de Davalillo (siglo XIII).
La histórica Briones reclama detenerse algo más para admirar sus calles empedradas, casas con blasones, palacios renacentistas y el Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivancos, considerado el mejor del mundo. Su visita permite conocer de forma amena el proceso de elaboración del vino y contemplar una curiosa y ecléctica colección que incluye desde ánforas griegas a cuadros de Picasso, la mayor colección de sacacorchos que existe y un jardín con cientos de variedades de uva.
A cinco kilómetros está la villa señorial de Haro, una de las primeras del país que tuvo luz eléctrica gracias al empuje del sector vinícola. Dando un paseo por sus calles y plazas, uno se topa con casonas nobles, el palacio renacentista de Paternina y el barroco de los Condes de Haro, la remarcable iglesia de Santo Tomás (siglos XVI-XVII) y el Ayuntamiento, alrededor del cual se sitúa la animada zona de tapeo de La Herradura.
Haro cuenta con el Centro de Interpretación del Vino Rioja y un conjunto de bodegas históricas en torno a la estación. Muchas organizan visitas. Es el caso de Cune, una bodega de 1890 que incluye una nave del arquitecto Gustav Eiffel; Muga, donde aún utilizan toneles de madera; o López de Heredia, con un edificio modernista y el añadido vanguardista de la arquitecta Zara Hadid.
Desde Haro, el viaje toma rumbo sur para admirar otros tesoros riojanos. A 20 kilómetros aparece Santo Domingo de la Calzada, cuyo monasterio homónimo es uno de los hitos de la ruta jacobea. El santo atendió a los peregrinos en los albores del segundo milenio y fue uno de los impulsores del Camino de Santiago. Su cuerpo descansa en la Catedral, que empezó a construirse en el siglo XII, poco después de su muerte.
El viaje prosigue por la Autovía del Camino y, tras 18 kilómetros, alcanza Nájera, también etapa jacobea y con un imponente monasterio. Santa María la Real, fundado en el siglo XI, alberga las joyas artísticas del Panteón Real de los reyes de Navarra, (siglos X al XII), una excepcional sillería en el coro y el renacentista Claustro de los Caballeros (XVI), con filigranas platerescas en sus arcos.
Quince kilómetros más y llegamos a San Millán de la Cogolla, nuestro final de ruta. Aunque pequeño, el pueblo cuenta con dos monasterios. Juntos condensan más de mil años de historia, de ahí que fueran declarados Patrimonio de la Humanidad. El de Suso, románico y con restos mozárabes, empezó a erigirse en el siglo VI donde había estado el primitivo oratorio de san Millán.
Monte abajo se halla Yuso (siglo XVI), una mole renacentista y barroca, con claustro y sacristía, valiosos retablos en la iglesia y una biblioteca de valor incalculable: allí se guardan las primeras palabras escritas en castellano y euskera, lo que da una idea de la importancia que tenían estas tierras riojanas en el pasado.