El Alto Golfo de California es hogar del mamífero marino más pequeño del planeta. El carismático y esquivo cetáceo no mide más de 1,5 metros y su peso no rebasa los 45 kilos. La vaquita marina se refugia a profundidades de 20 a 40 metros en zonas de mareas fuertes y no es muy fácil de ubicar pese a vivir en un área bien localizada, sobre todo actualmente, cuando quedan apenas entre 6 y 20 ejemplares.
La historia de la vaquita es el triste reflejo de la falta de gobernanza y de una gestión pesquera inadecuada que durante decenios ignoró un problema anunciado.
¿Negligencia? Sí, responde el doctor Lorenzo Rojas Bracho, presidente del Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita (Cirva), entre otras cosas, es una cuestión de negligencia.
El científico mexicano que trabaja desde hace más de 30 años para salvar a la vaquita explica que durante décadas, los políticos y funcionarios públicos optaron por ignorar el problema y reconocieron muy tarde la importancia de la conservación, una actitud paradójica puesto que México “tiene un gran registro, un récord importante en conservación de mamíferos marinos”.
“Gracias a la acción del Gobierno mexicano se evitó la extinción del elefante marino; además, fue el primer país que tuvo un santuario de ballenas para la reproducción de la ballena gris y el caso del lobo de piel fina, que es un lobo marino de la isla de Guadalupe [al que también se salvó de la extinción]”, recuerda.
La vaquita vive en un polígono de 1800 kilómetros cuadrados y durante muchos años se le consideró una figura mítica. Fue hasta 1958 cuando se le reconoció como especie y quedó registrada como parte de la fauna del Alto Golfo de California. Ese aire de leyenda, no obstante, la siguió envolviendo y fue utilizado de alguna manera para continuar ignorando el riesgo que se cernía sobre ella a medida que aumentaba la actividad pesquera en la zona.
Primero, a mediados del siglo pasado, fueron las redes totoaberas que a veces se lanzaban desde barcos para la pesca de camarón las que atrapaban vaquitas, luego, a medida que fue aumentando la pesca, las redes para otras especies o para la pesca artesanal cuyo objetivo era el tiburón, el chano o el pez sierra, entre otros, fueron disminuyendo la población del cetáceo. Pero el problema mayor vino con la pesca de la totoaba, un pez endémico del Golfo de California cuya vejiga natatoria o buche tiene un gran valor en la medicina tradicional china.
Los pescadores de totoaba utilizan redes agalleras, cuya luz de malla tiene el tamaño de la cabeza de la vaquita, que fácilmente se queda atorada y se ahoga.
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Varios especímenes de la vaquita marina en el Alto Golfo de CaliforniaSecretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales/Gobierno de México
Varios especímenes de la vaquita marina en el Alto Golfo de California
Cocaína del mar
La sobreexplotación de totoaba provocó su extinción comercial en 1975. Pero la demanda del buche no cesó, al contrario siguió aumentando y sus precios se cotizaron tan altos en el mercado negro, que empezaron a atraer al crimen organizado. Fue ahí donde la población de vaquita empezó a disminuir a un ritmo cada vez más alarmante: de 600 individuos que había en 1997, para 2008 quedaban menos de 300 y en 2017 no llegaban a 30.
La secretaria general de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) subraya que el tráfico de buches de totoaba es un negocio muy lucrativo, tanto, que esa vejiga natatoria es conocida como “la cocaína del mar”.
Es increíble, por cada buche de totoaba se les paga 5000 dólares a los pescadores y se venden hasta en 100.000 dólares en China
“Es increíble, por cada buche se les paga 5000 dólares a los pescadores y se venden hasta en 100.000 dólares en China, así que estamos hablando de millones, millones de millones. Por eso está metido el crimen organizado, las ganancias son semejantes a las del narcotráfico, el tráfico de armas o el tráfico de personas”, enfatiza Ivonne Higuro.
La totoaba es un pez de dos metros de longitud y cien kilos de peso. Su vejiga natatoria pesa un promedio de medio kilo, así que los pescadores pueden llegar a enriquecerse y desoyen la prohibición de su pesca.
Ivonne Higuro, secretaria general de la CITESMassimo Gianelli
Ivonne Higuro, secretaria general de la CITES
Corrupción y medidas tardías
Esta desobediencia es entendible cuando se ha perdido el estado de derecho y no se han tomado medidas a tiempo, dice Rojas Bracho: “La corrupción erosiona la conservación en cuanto paga mejor y hay pescadores que se han llevado 116.000 dólares en una jornada de pesca de totoaba. ¿Cómo compensar esto? Es muy complicado. La suma de estos elementos ha hecho muy difícil poder avanzar y evitar la extinción de la vaquita.”
En 1992, México prohibió el uso de redes agalleras para pescar totoaba, una medida tardía, según Rojas Bracho, porque desde que los científicos advirtieron que las artes de pesca estaban mermando la población de la vaquita hasta que se empezaron los programas de protección pasaron 30 años y, lo peor, es que no se cumplieron. De hecho, si bien en este momento la pesca está prohibida, no se han eliminado las redes agalleras y la pesca furtiva continúa.
“El peor enemigo de la vaquita no son los pescadores ilegales o los totoaberos sino las autoridades pesqueras, que se han dedicado en el mejor de los casos a sabotear la conservación de la especie. No hay artes de pesca alternativas, a pesar de que se propusieron hace 30 años no se han desarrollado. Es muy difícil salvar a una especie cuando no hay para darle a los pescadores una alternativa socioeconómica o de pesca y eso no ha existido en el Alto Golfo por muchas razones, ese es uno de los problemas.”
El peor enemigo de la vaquita no son los pescadores ilegales sino las autoridades pesqueras, que se han dedicado a sabotear la conservación de la especie
Dada la enorme posibilidad de extinción de la vaquita, en los últimos diez años se reforzaron los programas y para 2015 se implementaron medidas que, además de la prohibición total de la pesca en la zona, incluyeron la vigilancia del área y una compensación a los pescadores por dejar de trabajar, pero no se han obtenido los frutos deseados.
El presidente del Cirva considera que uno de los grandes problemas fue cómo se hizo la compensación a los pescadores para que no usaran sus redes: “Fueron compensaciones ociosas que consiguieron el objetivo contrario. Les pagaron un salario por no hacer nada y con eso fueron a comprar artes de pesca, entonces fue un incentivo perverso que logró un objetivo opuesto a lo que se buscaba. Les advertimos que no se podía compensar sin dejar a los pescadores sin hacer nada. Tenían que probar artes de pesca alternativas, ayudar a ver cuáles son las mejores alternativas socioeconómicas en la región”, subraya Rojas Bracho.
“Se les dio el dinero y fue un desastre, es un ejemplo que hay que tener en mente para otros programas de conservación a nivel mundial.”
No obstante esta falla, las medidas han logrado, al menos, que todavía haya algunas vaquitas vivas.
“Sin los planes de los últimos dos gobiernos ya no habría vaquitas. Lo que hicieron estos planes fue disminuir la caída de la población”, señala Rojas Bracho y agrega que si bien está a un paso de desaparecer, la vaquita se hubiera extinguido ya de no haberse instrumentado esas provisiones.