
Miguel Ángel Yunes se encuentra en un severo estado de descomposición conductual ahora que sus dos principales cómplices y aliados —Elba Esther Gordillo y Felipe Calderón— están una en la cárcel y otro en el destierro, ambos en la ignominia que trae consigo el desprestigio.
Se entiende que Yunes se sienta desamparado, ahora que sus padrinos han sido desactivados políticamente y no cuenta más que con sus bravuconerías para defenderse.
Tal cosa se comprobó cuando en días anteriores Yunes se acercó a uno de mis más cercanos amigos, lo señaló agresivamente con el dedo y le espetó: «Dile a tu amigo que se equivocó de enemigo. Se va a arrepentir.»
Tal amenaza fue proferida en un conocido restaurante de la ciudad de México, siendo mi amigo y una persona que lo acompañaba periodistas nacionales. Imagine nomás el lector: si eso hace Yunes ante representantes de los medios y en público, ¿a qué no se atreverá cuando lo protege la clandestinidad?
Queda claro que la demanda penal que interpuse en su contra por enriquecimiento ilícito, ante la Procuraduría General de Justicia de la República, lo tiene más que nervioso.
Un par de días después de que ladró esas amenazas, encontré a Yunes en la sala de abordar del aeropuerto de Veracruz. Tuvo la oportunidad de cumplir su amenaza pues me vio en persona con toda claridad, pero “se hizo el occiso”.
Coincidimos en un vuelo hacia la Ciudad de México. Al salir del aeropuerto, mientras esperaba mi vehículo en la banqueta de la puerta 2, volvió a estar a unos pasos de mí pero decidió continuar su camino por la banqueta hacia la siguiente salida, a donde tuvo que trasladarse a recogerlo el vehículo que ya lo estaba esperando justo donde yo me encontraba.
Quizás alguien podría considerar que Yunes mostró una conducta prudente. No obstante, conociéndolo, me parece más creíble que le haya pesado su carácter cobarde, por lo cual habrá de esperar a dar un golpe a su estilo: sorpresivo, por la espalda y sin exponerse. Hay sobrados testimonios sobre sus mañas y sus estilos de mafioso, utilizados contra personas de todos los partidos.
No obstante, por lo menos a mí y a los integrantes del movimiento nacional Volver a Empezar, sus amenazas no nos intimidan. Por su historial, sabemos que son creíbles, pero ello no nos amilana. Seguiremos recabando información para enriquecer aún más el acervo probatorio que ha hecho evidente que se trata de un delincuente.
Ya comprobamos la incongruente cantidad de sus propiedades, así como sus depósitos en bancos extranjeros por más de 6 millones de dólares. Tan solo en 2010, justo tras su fracasada campaña a gobernador, depositó dos millones de dólares. Cabe destacar que hay indicios de que se trata de una fortuna muchísimo mayor, pues solo conseguimos algunos estados de cuentas de meses aislados. Esa cifra es solo la punta del iceberg.
Seguramente sus amenazas buscan amilanarnos para que no ratifiquemos la denuncia ya interpuesta ante la Procuraduría General de la República. De una vez le adelanto de manera pública que nada logrará: en cuanto seamos requeridos por la autoridad haremos lo conducente. Si quiere hacer válidas sus palabras, sabe dónde encontrarme. Así como se topó conmigo por coincidencia, bien puede buscarme para reclamarme cara a cara.
Aclaro que mostrarme dispuesto a hacerle frente a Yunes no se trata de una bravata o un gesto de valiente de cantina, sino de un valor democrático: si algo ha de dirimirse que sea en público, que sea debatiendo, que sea de frente a las instituciones, que sea con argumentos, no con maniobras subterráneas. Si él considera que me “equivoqué de enemigo» e imagina que puede probar que las acusaciones que yo he hecho son falsas, estoy dispuesto a sostenerle mis dichos en persona. La política de los que amenazan —unos de manera elegante, otros de manera cobarde— tiene que ser desterrada de una vez y para siempre de nuestro México, junto con la corrupción de la que Yunes es un ícono.
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