En la Nueva España de las postrimerías del siglo XVIII, las esculturas prehispánicas que otrora hubieran sido destruidas o permanecido ocultas para evitar actos de idolatría comenzaron a ser exhumadas, estudiadas y difundidas. Los hombres de letras, tanto europeos como criollos, que hacían sus “correrías particulares” en estos territorios, voltearon a mirar con otros ojos a los “ídolos del tiempo de la gentilidad”.
A través de la exposición El capitán Dupaix y su álbum arqueológico de 1794, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) destaca la figura de este hombre de armas que devino en conocedor de antigüedades, y trae a la memoria un periodo en que las ideas emanadas de la Ilustración permitieron revalorar el pasado prehispánico y, con ello, labrar una identidad propia.
La muestra ejemplifica una época en que el estudio del pasado indígena vivió un verdadero florecimiento, etapa que auguraba el fin del mundo novohispano y sentaba las bases de una nación independiente.
La Descripcion de Monumentos antiguos Mexicanos, documento que es de algún modo el leitmotiv de la muestra inaugurada en el Museo Nacional de Antropología (MNA), es “un testimonio invaluable de los orígenes de la arqueología mexicana”, comentó el arqueólogo Leonardo López Luján, curador de la exposición y quien comenzó la investigación en torno al mismo hace una década.
El director del Proyecto Templo Mayor refirió que los textos y dibujos contenidos en la Descripcion… revelan —junto con los de otros documentos aún inéditos— que los hallazgos de tiempos del segundo conde de Revillagigedo, Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas (1740-1799), no se limitaron a unos cuantos monolitos.
“Decenas de esculturas se exhumaron por aquel entonces, propiciando con su aparición un gusto inédito por el arte prehispánico. Algunas de ellas se utilizaron como elementos decorativos en esquinas, zaguanes y patios de las nuevas mansiones. Otras nutrieron las cada vez más comunes colecciones privadas de la capital”.
En estas colecciones, en particular de los hombres ilustrados reunidos alrededor del Seminario de Minas y la Academia de San Carlos, fue donde el jubilado capitán de dragones, don Guillermo Dupaix (Luxemburgo, 1750 – México, 1818), encontró la simiente de la Descripcion de Monumentos antiguos Mexicanos, trabajo que antecedería a una de sus grandes empresas, la malograda Real Expedición Anticuaria en Nueva España, que encabezó entre 1805 y 1809.
Aunque algunos desconocían su paradero, el doctor López Luján señaló que el álbum de Dupaix de 1794 siempre ha permanecido en el país y ha sido referido por otros expertos. Tras unas décadas en el Real Seminario de Minería, sus destinos han sido las diferentes sedes del Museo Nacional: la antigua Universidad, la Casa de Moneda y ahora el recinto ubicado en el Bosque de Chapultepec.
La historiadora Sonia Arlette Pérez, adscrita a la Biblioteca Nacional de Antropología, institución que custodia este álbum arqueológico, detalló que se trata de un cuadernillo manuscrito y 22 dibujos. Éste consigna en total 19 objetos que datan del periodo Posclásico Tardío (1325-1521), descubiertos en la Ciudad de México y sus alrededores a finales del XVIII.
La exhibición, que permanecerá hasta agosto de este año en la Sala Culturas Indígenas, del MNA, es una oportunidad única para confrontar la Descripcion…, de Dupaix, con 16 de las 19 esculturas referidas en él. La mayor parte de la colección asentada en este antiguo catálogo se encuentra bajo resguardo en diversos recintos del INAH, mayoritariamente en la Sala Mexica, del Museo Nacional de Antropología.
El visitante podrá apreciar los valores que el propio Dupaix advertía en estas tallas en piedra volcánica. Se encuentran el monumento conocido como “Indio triste”, las esculturas de un lobo y de un par de serpientes de cascabel enroscadas, deidades como Tláloc y Chalchiuhtlicue, un Chac Mool, un cuauhxicalli o piedra de sacrificio y una escultura circular, cuyas caras representan a los dioses Tlaltecuhtli y Quetzalcóatl.
En agosto de 2005, el arqueólogo Leonardo López Luján, junto con su equipo, logró localizar uno de los monolitos referidos por Dupaix como una “corpulenta culebra” que atraviesa por el centro “varios círculos concéntricos… Tres garras monstruosas… sirven de sus tentáculos”.
El monolito fue bautizado como Piedra de la Librería Porrúa por haberse encontrado ahí; sin embargo, hubo una corrección a la descripción de Dupaix, pues en realidad se trata de la representación de una biznaga, cactácea que para los mexicas era un símbolo de las tierras áridas y, por tanto, de sus orígenes norteños, dijo López Luján.
Explicó que “Dupaix muestra en su cuadernillo de 1794 una loable obstinación por registrar en forma sistemática el lugar del hallazgo o en que se encontraba cada monumento cuando lo vio; la densidad y el color de la piedra en que fue esculpido; sus dimensiones en varas; las características formales de los seres o motivos representados y sus ideas, —tanto vagas como desconcertantes— sobre la función y significado.
“Entre tantos datos llanos, la admiración de Dupaix por el legado material indígena surge de repente, por ejemplo, cuando califica a una obra como de ‘mucho mérito’, ‘bastante bien executada’ o ‘primorosamente esculpida’”.
Incluso calificaba algo como “digno de la antigua Roma”, comparando su calidad y belleza con algunas obras que conoció en su periplo por Italia y Grecia, a la edad de treinta años. Dos décadas más tarde, ya en la Nueva España y cuando sus aspiraciones militares se vieron truncas, Dupaix se emplearía a fondo en su labor anticuaria.