De no haberse casado con quien se casó, tal vez hoy Letizia Ortiz Rocasolano (Oviedo, 1972) habría contado esta mañana en directo una de esas noticias históricas que tensan a cualquier periodista. Pero el rey que ha abdicado es su suegro desde hace una década, desde que el 22 de mayo de 2004 salió de la catedral de La Almudena, en Madrid, acompasando sus pasos a los del heredero de la corona española -según nota de El PAÍS-.
Ya no da noticias, o bien mirado las da de otra manera. En las páginas y programas del corazón hablan de sus vestidos, sus peinados, sus zapatos, su delgadez, sus prontos o sus escapadas. En el resto de la prensa, a lo largo de esta década, ha ido emergiendo una figura cada vez más autónoma, menos rígida en sus manifestaciones de lo que acostumbra la realeza. En su agenda propia (la tiene desde 2007) han entrado la defensa de los afectados por enfermedades raras y el apoyo a la innovación, la educación y la colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS) en temas de nutrición.
En sus hábitos menos protocolarios ha introducido en palacio aficiones de clase media: salidas al cine (es fácil encontrarla en las sesiones de versión original de la plaza de los Cubos en Madrid), conciertos de música indie (compra su entrada junto a un par de amigos y suele entrar cuando ha empezado por razones de seguridad y discreción) o la Feria del Libro, en vaqueros y en visita privada.
La princesa piensa y a veces –y esto es lo novedoso- lo dice. Sin sacar los pies del plato, conforme ha ido afianzándose en su tarea, ha aflorado su espíritu crítico. «No es lo mismo decir ayudas que rescate, recesión por crecimiento negativo o reestructuración en vez de recortes», soltó hace un año al inaugurar un seminario sobre lengua en San Millán de la Cogolla (La Rioja).
Una libertad que jamás se habría tomado la reina Sofía o sus hijos. Letizia tiene, sin embargo, la mirada desprejuiciada de una perfecta representante de la clase media, alguien que ha viajado en metro y se ha hipotecado para pagar un piso en Valdebernardo. Una mujer con pasado sentimental (se casó por lo civil en agosto de 1998 en Almendralejo con su profesor de Literatura del instituto, Alonso Guerrero, y se divorció un año después) y sueños profesionales.
Al casarse, Letizia Ortiz sacrificó una carrera que había despegado de la mano de Alfredo Urdaci, que le encomendó la presentación del telediario de máxima audiencia a partir de 2003. En su etapa en TVE, adonde llegó en 2000 procedente de CNN+, cubrió los acontecimientos más importantes de esos años: el hundimiento del Prestige frente a las costas gallegas, los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas o la invasión de Irak (una de sus fotos más singulares, captada por Emilio Morenatti, la muestra cubierta con un velo negro en el interior de una mezquita).
No había otra cosa que quisiera hacer en la vida que situarse ante una cámara. Su padre, Jesús Ortiz, era periodista, igual que su abuela Menchu Álvarez del Valle. Así que se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, donde logró una beca del departamento de Relaciones Internacionales para hacer el doctorado en México, que le permitió trabajar en el diario Siglo XXI. Antes de la televisión picoteó en la prensa escrita (Abc y Efe), pero su mirada estaba puesta en lo audiovisual.
Cuando conoció al Príncipe (en una cena en casa de un compañero de TVE) estaba en pleno ascenso. Por proyección y reconocimiento: en 2000 había recibido el premio Mariano José de Larra de la Asociación de la Prensa de Madrid a la mejor labor de periodista menor de 30 años. Así que no solo Felipe de Borbón debió meditar a fondo el trascendental paso que daría casándose con una mujer ajena al círculo aristocrático, también Letizia debió evaluar qué ganaba y qué perdía con su cambio de vida. Dicen todos que se casaron enamorados. Y lo cierto es que las imágenes siempre transmiten entre ambos complicidad y ternura.
En esta década la princesa ha enfrentado momentos difíciles como la muerte de su hermana Érika y, en el plano institucional, el estallido del caso Noós. Pero sin duda lo más importante ha sido el nacimiento de sus hijas: Leonor, el 31 de octubre de 2005, y Sofía, el 29 de abril de 2007. A su alrededor ha intentado edificar un hogar normalizado y ajeno al protocolo de una casa real.
Los príncipes llevan a las niñas al colegio y las acuestan por la noche. Su casa, una residencia construida en 2000 y conocida como el pabellón del Príncipe, trata de huir de la frialdad palaciega y desprender aroma familiar. Es probable que, cuando se conviertan en el rey Felipe VI y la reina Letizia, no la abandonen.