Llorar a voluntad no es sencillo, pero a Liu Jun-Lin la contratan cada día para hacerlo en funerales de gente que no conoce. Es la plañidera más famosa de Taiwán. Una tradición que parece estar desapareciendo.
Llorar para ganarse la vida es controvertido y algunos lo consideran una comercialización del duelo -según nota de BBC Mundo-.
Pero las plañideras como Liu aseguran que su profesión tiene una larga historia en Taiwán, en donde, según la tradición, los difuntos necesitan una despedida ruidosa para pasar de manera adecuada a la otra vida.
«Cuando un ser querido muere, uno lo siente tanto que cuando llega el funeral ya no quedan lágrimas», dice Liu.
«¿Cómo se puede cambiar el estado de ánimo para demostrar toda esa pesadumbre?», se pregunta.
Hace décadas, las mujeres abandonaban el hogar para trabajar en otras ciudades y el transporte era limitado.
Si alguien en la familia moría, muchas veces no podían llegar a casa a tiempo para el funeral, por lo que la familia contrataba lo que se conoce como una «hija filial» para acompañar a la familia en el duelo.
Los funerales tradicionales taiwaneses son elaborados y combinan un duelo sombrío con otro de tono más elevado para enardecer los ánimos.
Para esta última parte, Liu y su banda de plañideras se ponen vestidos de tonos vivos y realizan números de danza casi acrobáticos. Su hermano A Ji toca instrumentos tradicionales de cuerda.
Después, Liu se viste de blanco y se arrastra hasta el ataúd. Allí realiza su llanto más conocido mientras su hermano toca el órgano.
Sus sonidos son prolongados y ahogados, en una mezcla entre llanto y canto.
Le pregunto a Liu cómo hace para fabricar lágrimas a su voluntad, pero insiste en que su llanto es real. «En cada funeral al que asisto he de sentir que esa familia es mi familia, por lo que he de poner mis propios sentimientos en ello», dice.
«Cuando veo a toda esa gente afligida, me pongo todavía mas triste».
Negocio familiar.
El hermano de Liu toca instrumentos tradicionales de cuerda en los funerales.
Con sus largas pestañas, sus hoyuelos y su voz cantarina, Liu, de 30 años, parece más joven. Por su forma de vestir parece más una estudiante de enfermería que una plañidera profesional.
Lin Zhenzhang, director de una funeraria que ha trabajado con Liu durante años, dice que ese es parte de su atractivo.
«Tradicionalmente pensamos que se trata de un trabajo para mujeres de otra generación. Pero Liu es tan joven y bonita que despierta la curiosidad de la gente».
La abuela y la madre de Liu eran plañideras profesionales.
En casa imitaba a su madre y a su hermana mientras ensayaban.
Los padres de Liu murieron cuando ella era pequeña, así que quedó al cuidado de su abuela, que no contaba con medios económicos suficientes.
Por eso, la abuela introdujo a Liu en el negocio familiar cuando apenas tenía 11 años.
Debía levantarse cada día antes del amanecer para ensayar y muchas veces no podía ir a la escuela porque tenía que trabajar. Cuando iba al colegio, los niños se reían de su extraño trabajo y de las ropas que llevaba.
Las actuaciones en los funerales tampoco eran fáciles, ya que mucha gente mira con desprecio a las plañideras.
«A veces, antes de empezar, la familia del fallecido no nos trataba bien. Pero después de la actuación, lloraban y nos daban las gracias».
En esas ocasiones es cuando Liu se dio cuenta del verdadero propósito de su trabajo.
Profesión en declive.
Los sonidos de Liu son prolongados y ahogados, en una mezcla entre llanto y canto.
«Este trabajo puede ayudar a la gente a liberar su enfado o a decir en alto lo que no se atreven», explica.
«También ayuda a la gente que no se atreve a llorar, porque todos lloramos juntos».
Gracias al empeño de su abuela y al desarrollo del negocio, la familia ha salido de la pobreza y Liu y sus hermanos tienen cada uno una casa. Cobran US$600 por cada actuación.
Pero según explica Lin Zhenzhang, es un trabajo en declive por la crisis económica y un creciente gusto por los funerales más sencillos.
Liu es consciente de ello y por eso ha contratado a 20 mujeres asistentes.
Son jóvenes de buen aspecto que llevan uniformes blancos y negros, y que ayudan a los directores de las funerarias al embalsamamiento y otros servicios funerarios.
«No hay nadie en el norte de Taiwán que haga eso y está siendo más exitosos de lo que pensaba», dice Liu.
Por muchos cambios que haya, ella asegura que nunca dejará el negocio familiar.
«Es algo que le costó mucho construir desde cero a mi abuela. Debo enseñar a otros lo que ella me enseñó a mi y seguir con la tradición».