En el viejo Hiyaz los pozos se cuentan por millares. Caminamos hasta ellos. Algunos son de agua dulce. La mayoría son salobres. Estos pozos, que puntean las rutas caravaneras de Arabia abandonadas hace una eternidad, son un monumento a la supervivencia humana.
Cada uno de ellos destila una concentrada esencia del paisaje que lo rodea. Y lo mismo puede decirse de las personas que beben de ellos. En el Hiyaz –el legendario territorio del desaparecido reino de los hachemíes, que otrora gobernaron la franja de Arabia Saudí bañada por el mar Rojo– hay pozos muy frecuentados y pozos solitarios.
Los hay de cuyas aguas bebes la química de la tristeza o del júbilo. Cada uno representa un universo dentro de un cubo. Por ellos nos guiamos.Wadi Wasit es un pozo del olvido.
Llegamos a él un abrasador día de agosto. Estamos a la mitad de un viaje a pie de más de 1.200 kilómetros, quizás el primero en generaciones, desde Yiddah hasta Jordania. Reposamos bajo la ramificada sombra que proyectan las dos acacias del pozo. Aquí conocemos al corredor.
Llega en camioneta. Corpulento, con bigote, un camellero beduino. Es afable, curioso, hablador, hiperactivo. Nos toma por cazatesoros. (¿Qué otra razón explicaría que caminemos por el desierto?) Acude a vendernos piezas.
«¡Miren, miren!», dice. Nos enseña un anillo de estaño. La vaina de hierro de una espada. Una moneda gastada. ¿De cuándo son estos objetos?
El corredor no lo sabe. «Kadim jidn», dice: muy antiguos. Se encoge de hombros. El Hiyaz –una encrucijada en la que confluyen Arabia, África y Asia, vinculada durante siglos a Europa por el comercio– es uno de los confines más legendarios del mundo antiguo. Durante milenios ha visto pasar caminantes.
Los humanos de la Edad de Piedra que salieron de África cazaron y pescaron en las desaparecidas sabanas de este territorio mientras se dirigían al norte. Algunas de las primeras civilizaciones –asirios, egipcios y nabateos– hollaron sus arenas, trocando esclavos por incienso y oro.
Los romanos lo invadieron. (Miles de aquellos legionarios sucumbieron a la sed y las enfermedades.) El islam nació aquí, en las oscuras colinas volcánicas de La Meca y de Medina. Seguramente el pozo de Wadi Wasit dio de beber a peregrinos procedentes de Marruecos o Constantinopla. Quizá también refrescara los labios de Lawrence de Arabia. Quién sabe.