Que el chavismo no era monolítico ya se sabía. Tras la muerte del presidente Hugo Chávez en marzo de 2013, la ristra de facciones personalistas e ideológicas que lo componen se había mantenido concatenada en torno al objetivo compartido de conservar el poder. Pero desde la semana pasada parece que esa compresión no es suficiente -según nota de El PAÍS-.
El sempiterno ministro de Planificación y mentor intelectual de Chávez, Jorge Giordani, tras quedar destituido el 17 de junio, difundió una carta abierta titulada “Testimonio y responsabilidad ante la historia”, en la que le hace algunas reprimendas al presidente Nicolás Maduro, como no transmitir liderazgo, dar sensación de vacío de poder y tomar decisiones equivocadas en materia económica.
Después de las condenas que la carta suscitó en el Gobierno, varios exministros de Chávez expresaron su solidaridad con las críticas o con la persona de Giordani. Entre ellos estuvo Héctor Navarro, otro miembro de primera hora del séquito del fallecido comandante, y a quien de manera sumaria el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) suspendió como miembro de la dirección nacional.
Rafael Isea, exministro de Finanzas, consideró desde Estados Unidos, donde reside, un “gravísimo error” el trato dado por la dirección del PSUV a estos antiguos altos cargos críticos con la gestión del presidente.
En el bando crítico se alinean pues algunas figuras emblemáticas del entorno de Chávez, lo que ha dado pábulo a la impresión de que el chavismo se depura para dar paso al madurismo, una versión algo más pragmática y revisionista del bolivarianismo que intenta imprimir a la revolución un giro al estilo del dado por Deng Xiaoping, el líder que en los años ochenta abrió la puerta a los negocios en la China comunista. Sin embargo, ahora que no puede disimular el conflicto, Nicolás Maduro suena más como Stalin.
“Andan sacando cartas para destruir la revolución y justificar sus errores”, bramó el presidente el miércoles en Maracay (100 kilómetros al oeste de Caracas). El mandatario exigió “lealtad y disciplina máximas” ante los representantes de las Unidades de Batalla Hugo Chávez, células de choque y movilización del PSUV. Maduro lamentó que en un momento en el que ya lleva “suficiente carga histórica” sobre sí, reciba “una puñalada por la espalda”, y advirtió al chavismo que es “tiempo de definiciones” entre quienes están con su Gobierno y quienes están con “proyectos personalistas”.
La tumultuosa reunión estuvo dominada por el clamor de una purga. A ratos, sin embargo, adquirió también rasgos de pogromo contra la clase intelectual. “Prefiero los consejos del pueblo a los de los falsos sabios”, aseguró Maduro, reparando en que la facción crítica aparece liderada por académicos. Minutos antes, el alcalde de Libertador (centro-oeste de Caracas) y antiguo vicepresidente, Jorge Rodríguez, había dicho que “son necesarios los estudios, pero los estudios no dan sabiduría”.
Acosado por una crisis de liquidez sin precedentes, la incesante escasez de productos de consumo diario y de insumos industriales, y por un conato insurreccional que la jerga oficial ha intentado caracterizar como un golpe de Estado continuado y un intento de magnicidio, Maduro enfrenta la rebelión interna en el peor momento. Recientes estudios de opinión muestran un debilitamiento en su base electoral de apoyo: apenas el 30% de la población aprueba la gestión y reconoce el liderazgo del sucesor de Chávez.
Sin embargo, el presidente luce dispuesto a pagar el precio de un cisma partidista. Prefiere ese riesgo al de perder el control de su campo. Ya primer magistrado del país, debe ser nombrado primera autoridad del PSUV en el venidero congreso del partido, convocado para finales de julio. Pero el cónclave, hasta ahora programado como un ritual saludo a la bandera, amenaza con transformarse en una verdadera competencia. Para prevenir enredos, la corriente gubernamental se apresta a barrer a la disidencia y cualquier resto de democracia interna antes de la designación oficial de los delegados al congreso, hasta el 20 de julio.
“Todo esto tiene que ver con un intento de controlar el congreso del partido”, admitió el número dos del chavismo y presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. El exteniente del Ejército es la cabeza visible del ala militar-desarrollista del oficialismo y encarna un liderazgo alternativo al de Maduro. Sin embargo, se ha erigido como un aliado circunstancial del presidente en la pugna contra la vieja guardia chavista. Tanto Cabello como Maduro también reclaman nexos con Chávez al menos tan antiguos, o quizás más, que los de los defenestrados Giordani y Navarro.