Le dicen la monja maravilla y más de una vez se ha salvado de milagro de ser expulsada de los fogones de MasterChef México. La religiosa Florinda Ruiz ha cautivado a la audiencia y a los jueces de la primera edición del reality show en México. Sus compañeros en la competición le achacan el éxito a su sazón, pero también a su carisma. La madre, de 67 años, es la primera participante de la franquicia internacional en enfrentarse a las críticas culinarias enfundada en el hábito religioso y encomendada a la virgen, según nota de El País.
La hermana Flor busca en el concurso de cocina una solución para paliar la deuda de su congregación con el banco. La hermandad de las hijas de la pasión de Cristo y María Dolorosa tiene un adeudo de siete millones de pesos (420.000 dólares) resultado de la construcción de una escuela. Con el millón de pesos (60.000 dólares) que el reality otorga al ganador, la religiosa quiere apaciguar los compromisos económicos de la cofradía. Su perseverancia la ha colocado entre los seis mejores cocineros del show.
Con una sonrisa y su hábito negro, la monja Flor se presentó a las pruebas de MasterChef México con un sencillo postre de chayote (una hortaliza de la familia de las calabazas), una receta tradicional de su convento. Pero aseguró el delantal con un espiral de tres carnes con salsa de chile ancho. Desde entonces las salsas se convirtieron en la clave de su ascenso entre los competidores y sus oraciones en la conexión con los televidentes mexicanos. El 80% de los mexicanos practican la religión católica, según el censo nacional. “Para mí es comparable el amor que le tengo a Dios y el amor que le tengo a la cocina”, sentencia la madre en alguna de las emisiones del programa.
Florinda Ruiz es la religiosa responsable de la cocina del Seminario Palafoxiano en la ciudad de Puebla (centro de México). Su perfil cumple a rajatabla con la fama de las monjas poblanas expertas en cocina y creadoras de célebres platillos mexicanos como el mole poblano y el chile en nogada. La hermana Flor muestra en su repertorio culinario su origen humilde y su arraigo a una de las ciudades más conservadoras de México. El resto de los cocineros saben que no pueden competir con ella cuando de platos originales de Puebla se trata.
“Yo creo que usted tiene pacto con el diablo”, soltó la chef Beatriz Vázquez, juez en el concurso, cuando la monja le presentó un plato de tinga de pollo acompañado de un arroz con verduras. Los jueces devoraron su creación y ella pidió que no le hablasen más de Lucifer. “Madre santísima, pido por los jueces”, les dijo. La producción ha aprovechado la personalidad de la religiosa —simpática y serena— para apaciguar los momentos más tensos de la competición. Algunos de sus compañeros critican a los jueces por tratar a la madre con mayor consideración que al resto de los participantes.
Su último pecado ha sido servir una de sus famosas salsas fuera del tiempo reglamentario. La travesura casi le cuesta su permanencia en el reality. El resto de competidores no la pierde de vista, algunos la consideran una ventaja y la suman a su equipo; otros creen que su sabiduría y talento son finitos. Sus seguidores ruegan por la madre. Ella se encomienda en cada episodio a San José.