Merkel, Hollande, Renzi, Juncker…cierran filas contra Tsipras

Un país con un peso económico similar a Milán vuelve a poner en jaque el proyecto europeo. Los líderes de la UE salieron ayer lunes en tromba para tratar de convertir el referéndum de Grecia sobre la propuesta europea en un plebiscito sobre el euro -según nota de El PAÍS-.

En un discurso salpicado de reproches hacia el primer ministro Alexis Tsipras, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, subrayó que “un no de los griegos sería una negativa a Europa”. Berlín, París y Roma cierran filas: la canciller Angela Merkel y el presidente francés, François Hollande, secundan esa lectura. “Euro o dracma: ese es el dilema”, resumió el italiano Matteo Renzi.

Otra vez aquellos “al borde del abismo”, “a un paso del precipicio” y otros clásicos de estos años atrás: de cuando Europa parecía barrida por un viento de desastre. Esta vez, abismos y precipicios políticos: los líderes europeos se conjuraron ayer para dejar aislado al primer ministro griego, Alexis Tsipras, a quien acusan de romper la baraja con la convocatoria de un referéndum sobre la penúltima propuesta europea.

Con un mensaje unívoco, una estrategia concertada e incluso con la escenografía de las grandes ocasiones, Bruselas y las capitales cargaron con dureza contra Atenas. Trataron de convertir el voto del domingo en un plebiscito sobre el euro y sobre Europa. Acusaron a Tsipras de no decir toda la verdad, de traicionar el espíritu europeo y de echar a perder meses de negociaciones para meter a Grecia en un callejón sin salida financiero, político y social. Eso sí, volvieron a repetir que las líneas de negociación siguen abiertas y aún queda un último suspiro para evitar el desastre, siempre que Tsipras dé un improbable viraje de 180 grados y abrace un plan europeo del que echa pestes día tras día.

A esas duras advertencias respondió Atenas con el habitual cruce de acusaciones, y apuntó que no pagará al FMI el miércoles: en ese caso, el lío está asegurado. Pero en Grecia y en toda Europa hubo mucho más que declaraciones. Atenas amaneció en estado de shock. Ni la banca ni la Bolsa abrieron sus puertas: el corralito se ha puesto en marcha en plena eurozona, con Grecia sumida en unos controles de capital que son la máxima expresión del fiasco político perpetrado entre Atenas y los acreedores. Los mercados continentales castigaron como suelen esa incertidumbre, aunque al final el correctivo se suavizó.

Juncker ofreció una cruda interpretación del referéndum: “Un no, independientemente de la pregunta, significaría que Grecia dice no a Europa. En ese caso, todo el mundo considerará que quiere alejarse del euro”, apuntó delante de una enorme bandera griega. Merkel compareció ante la prensa arropada por el socialdemócrata Sigmar Gabriel —para subrayar la unidad en la posición alemana, más allá de los partidos— y también fue directa al grano: criticó a Tsipras por rechazar la “generosa oferta” europea y cedió la palabra a Gabriel para remachar el mensaje clave: “Si vence el no, será una clara decisión en contra de la permanencia en la eurozona”. El resto de líderes secundaron esa postura.

En la fase más aguda del anterior capítulo de la crisis griega, allá por 2012, Berlín alimentó el fuego con sus dudas sobre la permanencia de Grecia en el euro. Pero finalmente Merkel disipó la incertidumbre con una sencilla frase: “Si fracasa el euro, fracasa Europa”. La canciller rescató ayer de nuevo esa frase, pero en un sentido muy distinto: Alemania, que ha perdido toda la confianza en Tsipras, cree que Grecia solo puede seguir en el euro si cumple las reglas diseñadas bajo la filosofía de Berlín.

El formidable pulso entre Atenas y Europa encara la recta final. El rescate expira hoy a medianoche. Atenas amenaza con no pagar mañana 1.500 millones al FMI. Y si nada cambia, y con la retórica desafiante de Tsipras en danza, parece improbable que el BCE mantenga la respiración asistida a la banca: si ese grifo se cierra, se acabó. Y sin embargo, durante toda la crisis, Europa —con sus serpenteos, virajes, dilaciones, bloqueos y medias tintas— ha sabido siempre encontrar un arreglo de última hora capaz de salvar los muebles cuando todo parece perdido. Tsipras pidió al resto de líderes del euro que prorroguen el rescate unas semanas: solo Chipre recogió el guante, pero las fuentes consultadas no descartaban anoche un intento de última hora.

Después de transformar el referéndum en un voto sobre el euro, Juncker reiteró que la última oferta europea sigue en pie: los socios harían concesiones en el IVA hotelero y las pensiones más bajas, Bruselas prepara un paquete de crecimiento de 35.000 millones y, sobre todo, se mantiene la promesa en firme de reestructurar la deuda en otoño. ¿Puede Tsipras dar marcha atrás y dejar de hacer campaña por el no para facilitar un apaño? ¿Está dispuesta Merkel a comparecer ante el tribunal de última instancia de la historia con un legado manchado por la ruptura del euro? De las respuestas a esas dos preguntas depende el ruido del redoble de tambores que ya ha empezado en Grecia, un eventual tercer rescate tras el referéndum y quizá el futuro de esa radical y apasionante aventura política que es el euro.