En los muros del Museo Nacional de Antropología (MNA) gravitan alegorías del México prehispánico e indígena que lo convierten en una galería de arte moderno y contemporáneo donde, al fresco o sobre madera, están plasmados tanto su geografía y su cosmovisión como sus avances tecnológicos y glorias guerreras. Se trata de obras que crean una amalgama perdurable junto con las colecciones arqueológicas y etnográficas del recinto.
Cuando abrió sus puertas hace 50 años, medios internacionales como The Times reconocían el trabajo titánico que se realizó en sólo dos años, “lo que Inglaterra no hubiera podido hacer en una generación”, citaba el diario británico, además de exaltar lo adelantado de su museografía con la cual se anticipaba “a los Estados Unidos, quizá por una generación, y al Reino Unido tal vez por una centuria”.
La fuerte impresión que dejó el Museo Nacional de Antropología alrededor del mundo, en particular por su museografía, se entiende cuando se conocen los nombres de los artistas que en ese momento fueron convocados para reinterpretar una parcela del pasado desde su propio estilo y técnica, pero siempre guiados con los avances de los estudios científicos.
Gilda Salgado Manzanares, responsable del Programa de Restauración de Pintura Contemporánea del MNA, cita a vuelo de pájaro a Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Pablo O’Higgins, Raúl Anguiano, Nicolás Moreno, Alfredo Zalce, Matías Goeritz, Leopoldo Méndez, Fanny Rabel, Iker Larrauri, Jorge González Camarena, Leonora Carrington, Regina Raull, Arturo Estrada y Luis Covarrubias, entre otros.
“Toda la intelectualidad mexicana de alguna forma participó en este gran proyecto”, comenta la restauradora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), tras referir que la mayoría de los procesos fueron realizados entre varios especialistas, por ejemplo, arqueólogos e historiadores, quienes fungieron como curadores de las salas, asesoraron a los artistas y a los técnicos, de ahí que toda la obra moderna y contemporánea que aloja el museo tiene relación con el medio natural, formas de subsistencia, estructura social y política, economía, cosmovisión y dioses de las culturas prehispánicas e indígenas vivas”.
Hace cuatro años, cuando el Museo Nacional de Antropología fue declarado Monumento Artístico de la Nación, Salgado y su colega la doctora Laura Filloy Nadal emprendieron el diagnóstico de más de cien obras, entre apoyos museográficos, pinturas, esculturas en bronce, mármoles, frisos y gárgolas dispuestos en el patio central y en salas, que son una reinterpretación de los elementos culturales antes mencionados.
Además de Paisaje abstracto, de Rafael Coronel, en 2013 fue intervenida una de las obras más emblemáticas del museo, Dualidad (3.53 m x 12.21 m), pintura en la cual Rufino Tamayo enfrentó a los dioses Quetzalcóatl y Tezcatlipoca para simbolizar a los opuestos complementarios, las fuerzas del día y la noche, al bien y al mal.
La obra del artista oaxaqueño, realizada en un bastidor de madera con una capa de placas acrílicas y técnica pictórica mixta de vinilita y acrílicos, recibió una limpieza en seco con el suave tacto de brochas de pelo de marta y una físico-química en húmedo, para recuperar la tonalidad original de los colores rojo, azul y verde que predominan en la escena en que luchan la serpiente emplumada y el jaguar.
Gilda Salgado, restauradora del Laboratorio de Conservación del Museo Nacional de Antropología, explica que también se corrigió una intervención anterior en los bordes inferiores y superiores, aplicando resanes y reintegración cromática por puntillismo a la acuarela, que permite diferenciar la parte original de la restauración.
Toda esta labor requiere una investigación previa, por ello se ha contado con la asesoría del Seminario-Taller de Restauración de Obra Moderna y Contemporánea (STROMC) de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM), a cargo de Ana Lizeth Mata Delgado y de la maestra Martha Tapia González, especialistas en pintura contemporánea y mural, respectivamente.
Asimismo, los estudios de identificación de materiales de las obras plásticas (mediante procesos ópticos no invasivos) se encuentran en curso y están bajo la responsabilidad del doctor José Luis Ruvalcaba y la maestra Sandra Zetina, adscritos de manera respectiva a los institutos de Física (IF) y de Investigaciones Estéticas (IIE), de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Este año, el Seminario Taller de la ENCRyM concluyó la restauración de una obra de caballete de Vicente Rojo, Cráter B. A su vez, apoyó la intervención de Las luchas del pueblo tarasco, Dios del fuego y Paisaje Tarahumara, dos de los tres murales que Pablo O’Higgins legara al MNA y que se ubican en las salas Culturas del Norte y etnográfica del Noroeste.
Luego de llevar a cabo el registro fotográfico del estado de conservación, fue necesario conocer la paleta cromática usada por O’Higgins, razón por la que se visitó el estudio del pintor. Ahí se percataron de la existencia de varios frascos de pigmentos minerales (importados de Francia e Inglaterra) que remolía para obtener un grano muy fino que pigmentara con más densidad la capa pictórica.
Gilda Salgado narra que en conversación con su viuda, María O’Higgins, les refirió que para los murales del Museo Nacional de Antropología su esposo visitó comunidades purépechas y tarahumaras, por lo que “no se daba la libertad de definir la paleta cromática. Tomaba apuntes de lo que representaría en los murales, desde el paisaje hasta la vestimenta. Aparentemente hizo un trabajo más de retratista”.
Sobre estas bases se experimentaron diferentes solventes y se hicieron pruebas de resistencia a los enlucidos y colores de la capa pictórica. La restauradora explica que, al ser frescos, éstos son susceptibles de producir fisuras por efecto de la gravedad y los sismos, así se observaba en algunas zonas de Las luchas del pueblo tarasco, donde aparece “Tariácuri”, fundador del imperio purépecha, rodeado de la geografía de su pueblo: Japóndarhu (lugar del lago), Eráxamani (Cañada de los once pueblos), Juátarisi (Meseta) y la ciénega de Zacapu.
“Se hizo limpieza en seco por aspiración, igual con brocha de pelo suave, y después en húmedo con agua destilada. Luego nos abocamos a realizar pequeños puntos de consolidación en algunas fisuras y resanes, una vez concluido esto se hizo reintegración cromática con acuarelas bajo la técnica del puntillismo”.
Un proceso similar se hizo sobre Paisaje tarahumara y La boda purépecha que se hallan en la sala etnográfica Puréecherio.
En años posteriores a 1964, y en momentos distintos, ya sea por encargo o por donación, más murales y otro tipo de obra pictórica se han ido integrando al recinto. Resultado de ello, el Museo Nacional de Antropología cuenta en sus 50 años de existencia con una vasta colección de trabajos artísticos que por sí mismos merecen una visita.