Nuestro Barro…testigo y complice de la historia

Las piezas prehispánicas comparten espacio con creaciones de factura reciente, elaboradas por estudiantes de secundaria, en un ejercicio de divulgación científica

La muestra detalla la importancia del barro para la cultura que se asentó en el Cerro de Trincheras hace más de 700 años y la reinterpretación que le dan los jóvenes de hoy

Una pequeña colección de vasijas funerarias pertenecientes a la cultura Trincheras, desarrollada en el norte de México hace más de 700 años, se expone por primera vez al público en la exposición Nuestro barro: testigo y cómplice de la historia.

Entre 2008 y 2011, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) descubrieron las urnas en la Zona Arqueológica Cerro de Trincheras, al noroeste de Sonora, dentro de un cementerio que tenía 140 contenedores de barro con cenizas de los muertos.

La muestra deriva de varias décadas de trabajo en el sitio del periodo Prehispánico Tardío (1300-1450 d.C.), localizado sobre un monte cuyas laderas fueron adaptadas con terrazas para desplantar viviendas. En el lugar aún se aprecian más de 900 muros de piedra, que a lo lejos lucen como una secuencia de murallas. Los conquistadores españoles relacionaron el lugar con actividades militares, por eso lo llamaron Cerro de Trincheras; sin embargo, los paredones funcionaron como sostén de las terrazas.

En el sitio se desarrolló una compleja sociedad sedentaria. Así lo corroboran las investigaciones arqueológicas que identifican una avanzada organización en la planeación arquitectónica del asentamiento, con áreas para habitación, talleres y ceremoniales, además de varios cementerios y un espacio donde estuvieron las piras para cremaciones.

Las prácticas funerarias descubiertas indican un sistema simbólico cuyo estudio ha dado a conocer la compleja organización de los pueblos del Norte catalogados por mucho tiempo como bárbaros, señaló la arqueóloga Elisa Villalpando Canchola.

Conforme avanzaban las investigaciones arqueológicas, se eligieron seis vasijas funerarias para restaurarlas, proceso que inició en 2012. Parte de los primeros resultados figuran en esta exposición, cuyo discurso plasma la importancia de la cerámica y el barro en esta cultura, destacando su uso funerario; asimismo, presenta la reinterpretación que dan a este material los jóvenes de la comunidad donde se encuentra el sitio prehispánico.

Elisa Villalpando, quien estudia la zona desde 1991 y es curadora de la muestra, señaló que el barro en la Tradición Trincheras, como en todas las culturas prehispánicas, tuvo un papel relevante no sólo para elaborar contenedores de alimentos, sino para conservar semillas y de manera especial para transportar agua desde las partes bajas de la llanura desértica hasta las unidades habitacionales, ubicadas en la parte alta del cerro.

Esta cultura también usó este elemento para honrar a sus muertos: los miembros de la comunidad que fallecían eran cremados en piras funerarias, luego se recolectaban las cenizas y se depositaban en urnas para trasladarlas a un cementerio, donde se acomodaban unas encima de otras, en un acto de sacralización del espacio.

Actualmente se analizan varios elementos para determinar si los recipientes tuvieron un uso exclusivamente funerario o, bien, sirvieron como contenedores de otros elementos antes de ser depositadas las cenizas, explicó Elisa Villalpando.

La cerámica, destacó, es un marcador de identidad y contenedor ideológico, y de intercambio comercial, ya que algunas de las vasijas provienen de otras tradiciones del noroeste de México. Constancia de esa relación la constituye la presencia de ese tipo de material proveniente de Casas Grandes, cultura desarrollada en Chihuahua.

Algunos depósitos funerarios de la Tradición Trincheras se modelaron con forma de calabaza y otros tienen el cuello más grande que el cuerpo del recipiente. No poseen decoración, son monocromos y de grandes dimensiones; en cambio las piezas de Casas Grandes muestran elaborados diseños en colores rojo y naranja, con líneas negras.

Los grupos humanos del desierto de Sonora produjeron las primeras urnas cerámicas hace 2,300 años, durante el periodo Agricultura Temprana. Formaban objetos mediante la aplicación sucesiva de rollos de arcilla, colocados uno sobre otro hasta alcanzar la altura deseada. Posteriormente los adelgazaban y alisaban las paredes de las piezas, por lo que el enrollado no es perceptible.

Para trabajar las arcillas había que agregarles arena extraída de arroyos, lo que ha permitido a los investigadores conocer qué tan cerca o lejos de las aldeas se llevaba a cabo la recolección de las materias primas.

Entre los objetos arqueológicos que el público tiene la oportunidad de disfrutar en la exposición destacan cuatro vasijas de la Tradición Trincheras y una de la cultura Casas Grandes. Estas piezas comparten espacio de exhibición con obras creadas durante un taller impartido a los estudiantes de la Telesecundaria 191-J de Trincheras.

La zona arqueológica plantea una divulgación que rebasa a la contemplación: durante semanas Rogelio León, tallerista y custodio del sitio, salió a campo con los muchachos a revisar los bancos de arcilla que previamente había ubicado en diferentes localidades de la región. Extrajeron la tierra y por varios días se dedicaron a molerla, tamizarla, humedecerla y dejarla reposar antes de comenzar a manipularla.

Con el barro formaron piezas propias a la manera tradicional de manufactura de la cerámica Trincheras; ahora se exhiben en las vitrinas al lado de las piezas arqueológicas. “Es una manera de acercar a estos jóvenes a su patrimonio y de despertar su interés en la conservación y protección de su pasado”, finalizó Elisa Villalpando.

La muestra se presenta en el Centro de Atención a Visitantes de la Zona Arqueológica Cerro de Trincheras y concluirá el 1 de noviembre.