Auckland transmite la sensación de vivir sin agobios, a pesar de ser la ciudad más grande de Nueva Zelanda, en la que habitan millón y medio de personas. Se parece a Sidney, la bella ciudad australiana, y como aquélla tiene también un centro colonial con un puñado de rascacielos.
Incluso en la gran ciudad se nota la fiebre que sienten los neozelandeses por la naturaleza y los deportes. Las más de cien mil embarcaciones de recreo amarradas en sus puertos lo acreditan, así como los jóvenes que se lanzan al vacío, atados con cuerdas elásticas, desde lo alto de la Sky Tower.
Auckland es agradable, pero lo mejor de Nueva Zelanda es salir en busca de sus paisajes espectaculares. Una ojeada al mapa me permitió fijar el itinerario por la Isla Norte: siguiendo la Highway 1, a 400 kilómetros, se alcanza la punta norte, el cabo Reinga; y a 600 kilómetros en sentido contrario, la punta sur, con Wellington, la capital del país, como referencia.
En medio se extienden campos de un verde que estalla, interrumpidos por granjas aisladas y volcanes que humean a lo lejos, mientras que la costa es un rosario de acantilados y playas de ensueño.