Olimpiadas: posmodernidad política

La inauguración de las Olimpiadas en Londres se distinguió por su contenido y manejo brillante que tuvo de la presencia de la autoridad. En un momento de frustración y descontento en Europa, le tendió un puente emocional a los inconformes y desacralizó la imagen de la monarquía. Hizo de un problema y un conflicto un símbolo de prestigio para su régimen político y un día de júbilo para su monarquía.

Federico Engels jamás se habría imaginado que el tema de su libro “La historia de la clase obrera en Inglaterra”, escrito en 1845, sería puesto en la escena global con el mayor despliegue tecnológico en 2012. La transformación del campo, la revolución industrial, la migración a las grandes ciudades, la explotación del proletariado industrial por la burguesía. En vez del folclor, Gran Bretaña mostró su historia. El imperio británico llegó a ser lo que fue por la Revolución Industrial y el comercio mundial, respaldada ésta internamente por un orden muy desigual y externamente por su dominio del mar.

Y esa revolución industrial la hicieron los personajes que aparecieron en la inauguración. De un lado, los trabajadores empobrecidos y descamisados; del otro, los empresarios con sus trajes y sombreros negros de copa confeccionados con las mejores telas y por los mejores sastres. Fue una historia social dura, conflictiva. Surgieron y se fortalecieron las organizaciones sindicales y los movimientos —revolucionarios y reformistas— que luchaban contra la explotación extrema.

Los movimientos reclamaban derechos políticos y derechos sociales. “No taxation without representation”, derecho al voto para los no propietarios y posteriormente para las mujeres, reducción de la jornada laboral, prohibición del trabajo para los niños. Paulatinamente mejores condiciones de vida. Los intereses eran claramente contrapuestos, al grado de que en ocasiones provocaron motines populares y en otros países, por razones semejantes, revoluciones sociales. La diferencia estuvo en que las instituciones británicas fueron más flexibles y visionarias. Pudieron crear un Estado no sometido a las pandillas que garantizara seguridad para sus ciudadanos y ampliación de derechos políticos y sociales, así como una cultura de apego de todos a la ley, que permitió a esas instituciones sortear las peores adversidades. Inglaterra tuvo un régimen político y una clase dirigente capaces de transformar con éxito, gradualmente, la realidad.

Por esa historia es que se pudo hacer esa presentación. En vez de esconder su pasado, lo mostraron al mundo con orgullo. Desde luego, como parte de una escenografía de la más alta calidad, a la que le pudieron dar un contenido al lado de las figuras artísticas y literarias que identifican a la Gran Bretaña en el siglo XXI y que son parte de una cultura y un espectáculo global.

El otro punto de finura política posmoderna fue la manera como se manejó la presencia de la reina Isabel en la inauguración de los Juegos Olímpicos. En un mundo tan lleno de riesgos y de grupos inconformes, la presencia de los jefes de gobierno y de Estado en los eventos públicos y en general en las calles es un tema fundamental de la política. La seguridad de los gobernantes es un tema en sí, pero la aceptación o rechazo de ellos por los públicos y los ciudadanos es un asunto mayor para cualquier gobernante.

La manera como se manejó el arribo en la imagen televisiva de la reina al estadio (acompañada por James Bond) fue genial: captó la atención y logró un acercamiento emocional con los asistentes y con los millones de televidentes.

Si en la última olimpiada China pudo mostrar al mundo su avance tecnológico, industrial y de su infraestructura, ahora Gran Bretaña hizo gala de una historia admirable de solución de sus conflictos sociales y políticos, de su potencia creativa y tecnológica actual y de la sensibilidad de sus gobernantes para entender que, en el siglo XXI, los símbolos duros y ostentosos del poder han entrado en un proceso de obsolescencia.