El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, junto con el vecino Parque Nacional des Pyrénées, en Francia, protege el macizo calcáreo más alto de Europa, un formidable relieve de barrancos, terrazas suspendidas, paredes rocosas, neveros y altivas cumbres. Aunque podríamos pasar toda una vida descubriendo sus rincones, hay cuatro lugares inexcusables: el valle de Ordesa, por donde discurre el río Arazas, el cañón de Añisclo, las gargantas de Escuaín y el valle de Pineta.
El acceso más habitual se realiza remontando el valle del río Arazas. Aparece primero el pueblo de Broto que, acurrucado bajo el barranco de Sorrosal, es una bella muestra de la arquitectura del Alto Aragón. Aquí o en el vecino Torla conviene degustar unas migas de pastor, cordero lechal y un buen vino del Somontano. Pero antes (o al día siguiente) habría que ganarse el premio gastronómico con una caminata en el valle de Ordesa.
Los autocares de la oficina de turismo de Torla dejan en el aparcamiento de La Pradera en pocos minutos. Desde ese punto, caminaremos entre paredes altísimas a las que se agarran arbustos y pinos. Al girar la vista, la pared vertical del Tozal del Mallo emerge por encima del bosque como un desafío para los escaladores.
Encajonados en esta cicatriz horadada por el río, pasamos junto a cascadas, pozas verde esmeralda, picachos y grandes hayas. Dejamos atrás el desvío a la abrupta senda de las clavijas de Cotatuero, equipada por el herrero de Torla en 1881 a petición de cazadores ingleses que iban tras la pista de sarrios y bucardos, unas cabras autóctonas que acabaron por exterminar.
Al final del cañón de Ordesa alcanzamos las Gradas de Soaso, escalones pétreos por los que desciende el río con parsimonia. A partir de allí se ensancha el paisaje y contemplamos las cumbres que colindan con Francia. Por encima de la cascada Cola de Caballo queda el refugio de Góriz, base para ascender al Monte Perdido (3.355 m).