Participar, la única opción genuinamente ciudadana

Tal pareciera que las campañas electorales están diseñadas no para generar participación ciudadana, sino para inhibirla. A más de uno de los partidos tradicionales ha de convenir sembrar la apatía y la desesperanza, la desconfianza y la abulia, pues han hecho del proceso electoral una guerra de lodo en la que todo nuestro sistema de representación democrática resulta manchado.

La propaganda negra está a la orden del día: espots insultantes, discursos que descalifican, rumores que desorientan a los votantes y siembran la desinformación. Allí está la raíz del desprestigio de la política mexicana que ha debilitado al Estado y decepcionado a la sociedad.

En respuesta, quienes creemos en la democracia tenemos el deber de ofrecer alternativas a los que desean fortalecer a nuestro país sin atarse a los partidos tradicionales, de aportar propuestas con altura de miras para que los ciudadanos indignados por la inestable situación del país nos involucremos con determinación en la tarea de rescatar la política, darle dimensión ética y orientarla hacia lo que hoy no hace: construir con eficacia el bienestar de todos, restablecer la paz con justicia social, robustecer a nuestras frágiles instituciones y garantizar el goce de nuestras libertades y derechos fundamentales.

No se trata de azuzar revueltas que minan la estabilidad social, desembocan en anarquía y debilitan la gobernabilidad. Tampoco se busca desalentar el sufragio desde el abstencionismo —torpe consuelo de muchos— cuya perniciosa tendencia está al alza precisamente por la decepción que prevalece y crece hacia los partidos de siempre. Menos se pretende propiciar su desaparición pues, aunque deficientes, han sido figura primordial del sistema político contemporáneo.

Es por ello que en estas campañas he seguido el propósito de alentar la participación, para que los ciudadanos escribamos una mejor historia nacional desde una cultura con valores. Una historia con seguridad, con progreso, para que heredemos a las generaciones que vienen un país con desarrollo sustentable. Desde mis posibilidades, deseo concientizar a los electores de que el sufragio es una forma de solidaridad comunitaria, el punto de partida para hacerle frente a los retos que compartimos en nuestro afán de prosperidad.

Es nuestro deber como ciudadanos —en un acto de voluntad inteligente y responsable, coherente y racional— hacer de la próxima jornada electoral un acontecimiento histórico que exprese claramente la aprobación o desaprobación al desempeño partidista.

Con sabiduría se dice que si el pueblo pone, el pueblo quita. Más vale hacerlo así, sin falsas prudencias ni fanatismos partidistas, antes de que sea demasiado tarde y se desborde la irritación social que ya ha tocado los límites de la irracionalidad frenética con visos de mayor violencia. No ocupar la posición que nos corresponde como ciudadanos podría costarnos muy caro, más de lo que ya hemos tenido que pagar en costo social, en sufrimiento y en sangre derramada.

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