
A veces (por no decir casi siempre), es muy temprano para hacer algunas cosas y demasiado tarde para por fin atreverse a realizar otras. Es lo que nos ha pasado a ti a mí, Patria mía, poco a poco nos hemos ido alejando. Hay diez centímetros de silencio entre tus instituciones amatorias y mi cariño desempleado, una frontera de palabras no dichas entre mis celos radicales y tus políticas progresistas y algo que mira así de triste entre tus ojos y mis ojos.
Trato de imaginar los que éramos antes de ser nosotros, antes de que los sicarios del desamor secuestraran nuestra esperanza, nos llenaran de fantasmas, temores y angustias, para al final destazar lo hermoso que habíamos procreado. Nunca nos pudimos recuperar de aquella hecatombe de desilusión, ese derrumbe de algún modo previsto. Y es que por más que ambos tratamos de levantarnos de tan tremendo ataque, no pudimos enderezar la ruta de nuestro Estado fallido. Nuestros sindicatos de olvido pudieron más que nuestra voluntad política de conciliar intereses para impulsar las reformas que nos hubieran sacado adelante, las ejecuciones de todos los amigos que tuvimos en nuestros tiempos felices hicieron que en la tormenta no tuviéramos lugar donde recordarnos.
A pesar de nuestra trágica situación gastamos mucho tiempo pretendiendo que todo estaba bien, que podíamos vivir con el corazón podrido. Incluso festejamos en grande el Bicentenario de nuestra historia y el Centenario de nuestra reconciliación. Pero faltaba algo, ya no eras la misma, reías sin ilusión, palpitabas sin desasosiego, besabas sin pasión, nuestra ciudadanía nunca quiso ver que nos estábamos cayendo a pedazos, ¿y cómo lo iba a hacer si los que se atrevieron fueron pisoteados por nuestros gobiernos autoritarios sobre el otro y la sucia democracia que ambos practicamos?
Tal vez es por eso que el hoy decirnos adiós duele tan poco puesto que nos fuimos desmoronando lentamente, administrando las discrepancias entre tu oferta y mi demanda.
¡Pudimos haber hecho tantas cosas más!, tantas elecciones legítimas que ya no veremos, consolidaciones existenciales que nunca serán. Supongo que esta despedida nos hará apreciar todo lo que en nuestros buenos tiempos nos dimos mutuamente, las nalgadas guajoloteras para que el presupuesto de excesos nos diera pa´pasarla a gusto, los acostones que tuvimos para amarrar los acuerdos que beneficiaban a nuestra gran nación, los narco túneles que cavamos para llegar mas rápido a un lugar que hoy sabemos cuál es, nuestro desenlace.
Te deseo lo mejor en la guerra que emprendes a diario contra el desmadre que creamos. Yo me retiro como buen ex amante ardido a contarle a la señorita Laura todas nuestras intimidades y tus cochinadas, para así volverte a ver al grito de “¡Que pase la desgraciada Patria!”
Se alquila paraíso en ruinas… (Alias “México”).