Plutón…muestra Caronte una de sus cinco grandes lunas

Por Eva van den Berg-.

El pasado mes de julio la nave New Horizons, del tamaño de un piano, consiguió, tras un viaje de nueve años y medio y 4.800 millones de kilómetros de recorrido, todo un hito al pasar a 12.500 kilómetros del que, desde 2006, es considerado un planeta enano.

Era una misión difícil, pues conseguir que la nave llegara a su destino fue «tan difícil como lanzar una bola de golf desde el Capitolio y hacer hoyo en la Costa Oeste de forma intencionada», en palabras de Charlie Bolden, administrador de la NASA. Pero lo lograron. Lograron conducir la New Horizons a 49.600 kilómetros por hora durante 114 meses hasta acercarla a Plutón como nunca antes ningún artefacto humano lo había hecho, para tomar imágenes tanto de este planeta misterioso como de una la más grandes de sus cinco lunas, Caronte.

Uno de los hallazgos más sorprendentes ha sido detectar la presencia de criovolcanes, esos volcanes extraterrestres formados por agua y hielo que se cree abundan en el cinturón de Kuiper, donde se encuentra Plutón. Los geólogos de la NASA han combinado imágenes de la New Horizons para rerecrear la orografía plutoniana en tres dimensiones.

Parece que dos de las altas montañas que surcan su geografía son en realidad este tipo de volcanes, reminiscencias de volcanes «normales» que estallan en forma de hielo en lugar de lava, lo que resulta fácil de comprender si tenemos en cuenta que la temperatura de la superficie de este planeta es de -233 ºC.

Los datos de la sonda espacial serán de gran ayuda para desvelar los secretos del que hasta el pasado mes de julio era el último bastión que nos quedaba por explorar en nuestro sistema solar. Un bastión arcano que fue descubierto en 1930 por Clyde Tombaugh, quien, desde algún lugar, quizás habrá podido vislumbrar su último sueño hecho realidad: parte de sus cenizas viajaron a bordo de la New Horizons hasta «su» pseudoplaneta.

Lo que es seguro es que sus hijos sí fueron testigos del momento en que la sonda alcanzaba su destino. Lo hicieron desde el Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos, ubicado a medio camino entre Washington y Baltimore, desde donde se controló la épica misión. Un pequeño recipiente fijado en la parte interior de la cubierta llevó hasta los confines del espacio los restos del astrónomo.