Los cuerpo-relicarios (figuras de cera moldeada de tamaño natural) de los mártires san Vicente Niño y san Deodato, pertenecientes a la colección de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, y de san Clemente, del templo del Carmen, en San Ángel, fueron sometidos por primera vez a un análisis de radiología digital directa, mediante el cual se determinó la ubicación exacta y el tipo de restos óseos que fueron colocados en su interior hace más de tres siglos.
A través de esta tecnología no invasiva, expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) localizaron dentro de las esculturas un cráneo, costillas, huesos sacros, falanges de pies y manos, tibias y cuatro pequeños fragmentos de material óseo. Asimismo, se identificó que en estas piezas, la cabeza, piernas y brazos son de cera y el torso de tela, además se registró la presencia de elementos metálicos.
El estudio, efectuado en días pasados por un equipo interdisciplinario, forma parte del proceso de catalogación e inscripción de estos bienes culturales en el Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos, a cargo del INAH y que se inició en 2015.
Gabriela Sánchez Reyes, especialista de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del INAH, informó que este trabajo representó una oportunidad de estudiar los relicarios desde la materialidad, sin tener que abrirlos, “El objetivo fue apreciarlos desde un punto de vista científico, para saber cómo se construyeron, conocer el estado de conservación que tienen las reliquias y plantear una propuesta de intervención”.
La aplicación de la metodología de radiología digital en dichas piezas, fue tomada de la propuesta hecha en la tesis de licenciatura de la restauradora Ana Lucía Montes Marrero, egresada de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO), quien la empleó con fines académicos en dos cuerpo-relicarios de la catedral de Durango.
El encargado de realizar las radiografías a las piezas de cera, fue el médico veterinario José Luis Velázquez, adscrito al hospital para equinos de la Facultad de Veterinaria de la UNAM.
La radiología digital directa, explicó, es una herramienta portátil que proporciona información en segundos, ya sea a un médico, a un restaurador o a un estudioso del objeto. “Las radiografías son impresas en sólo cuatro segundos, con una notable calidad digital, lo que permite hacer grandes acercamientos para su análisis y registro”.
El cuerpo-relicario de san Vicente Niño perteneció a la Colegiata de Guadalupe, que hoy se conoce como la Basílica, y el de san Deodato procedía del Ex Convento de Santa Teresa la Nueva, desde el siglo XIX ambos forman parte de la capilla de las reliquias de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, donde se muestran en la festividad de Todos los Santos, el 1 de noviembre, junto con otro medio centenar de relicarios hechos en plata, oro y madera.
La reliquia de san Vicente Niño cuenta con una “Auténtica”—documento expedido por la Santa Sede en 1772, que certifica que es un mártir de las catacumbas romanas—, mientras que el de san Deodato no se ha localizado en los archivo de la Catedral.
En el proyecto también participan las arqueólogas Wanda Hernández Uribe y Maribel Piña Calva, y la antropóloga física Adriana Alfaro Vega, adscritas al área de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos; el fotógrafo Javier Otaola, y se contó con el apoyo del padre carmelita e historiador José de Jesús Orozco.
El origen de los cuerpo-relicarios
Los relicarios son receptáculos destinados a guardar reliquias de los santos, que pueden ser fragmentos corporales u objetos que estuvieron en contacto con él. Su función es exponer y conservar el contenido sagrado.
El origen de los cuerpo-relicarios se remonta a 1578, en la ciudad de Roma, cuando se descubrieron las catacumbas donde descansaban las osamentas de los primeros mártires de la cristiandad, que fueron llamados corpi santi o cuerpos santos.
Ante la gran cantidad de extracción de restos que se realizaba, surgió la necesidad de crear el cuerpo-relicario, que consiste en una representación en cera de un mártir catacumbal, en cuyo interior se colocan algunos huesos u osamentas completas. Estas esculturas yacen recostadas en una urna y son revestidas con túnicas de seda y brocados.
Cabe mencionar que las reliquias tienen que ver con la devoción a los santos y cada iglesia procuraba tener alguna. Llegaban a los recintos religiosos por medio de las relaciones con el alto clero en Roma. En el caso de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, fueron donadas por algún clérigo o personaje acaudalado. Esta costumbre forma parte del culto católico desde el siglo III, y de acuerdo con los inventarios de este templo mexicano, las primeras reliquias se registraron en 1588.