Este domingo se cumplieron 37 años de un vacío en la literatura mexicana, pues el 7 de agosto de 1974 fallecía en Tel Aviv, Israel, Rosario Castellanos, autora de célebres novelas como Balún Canán (1955), Oficio de tinieblas (1962) y Los convidados de agosto (1964).
Nacida en la ciudad de México el 25 de mayo de 1925, fue llevada casi de inmediato a Comitán, Chiapas, la tierra de sus mayores. Cuando tenía 16 años volvió a la ciudad de México, donde se graduó de maestra en filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. En la Universidad de Madrid, llevó cursos de estética y estilística y a su regreso a México fue promotora de cultura en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, en Tuxtla Gutiérrez (1952).
De 1954 a 1955, obtuvo la beca Rockefeller. De 1956 a 1957 trabajó en el Centro Coordinador del Instituto Indigenista de San Cristóbal las Casas; y en el Instituto Indigenista de México de 1958 a 1961.
Ejerció el magisterio en México y en el extranjero. En los Estados Unidos fue maestra invitada por las Universidades de Wisconsin y Bloomington de 1966 a 1967; y en Israel, en la Universidad Hebrea de Jerusalén, desde su nombramiento como embajadora de México en ese país, en 1971, hasta su muerte.
Rosario Castellanos cultivó todos los géneros. En Excélsior colaboró asiduamente en su página editorial, desde 1963 hasta 1974. Se inició en la literatura como poeta y de 1948 hasta 1957 sólo publicó poesía. Ciudad real, fue su primer libro de cuentos y Oficio de tinieblas, su segunda novela, ésta junto con Balún Canán, forman la trilogía indigenista más importante de la narrativa mexicana de este siglo.
Los convidados de agosto, su segundo libro de relatos, recrea los prejuicios de la clase media provinciana de su estado natal. Álbum de familia, el tercero y último, evidencia los de la clase media urbana. En 1972, Castellanos reunió su obra poética en el volumen Poesía no eres tú.
En el Diccionario de escritores mexicanos, publicado en 1988, se apunta que con su único volumen de teatro, El eterno femenino, se desprende una clara consciencia del problema que significa, para su autora, la doble condición de ser mujer y mexicana.
Cuentan antiguos alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras que el aula en donde Rosario Castellanos explicaba Literatura Comparada albergaba un desafío a la ley de impenetrabilidad de los cuerpos. En efecto, ya antes de que la maestra hiciera acto de presencia, el salón se hallaba totalmente atestado de «oyentes» llegados desde ajenas facultades quienes, para indignación de los alumnos regularmente inscritos en el curso, se apoderaban de todo espacio disponible.
La fama de Rosario Castellanos en la Universidad no nacía solamente de su desempeño como profesora, sino también de su actividad como funcionaria, polemista, pionera del feminismo y, claro, escritora de proyección internacional. Su método de enseñanza partía directamente de su formación filosófica, toda vez que había cursado sus estudios en el Departamento de Filosofía, que no en el de Letras, como podría pensarse. Establecía entonces la comparación en literatura confrontando con largueza a un par de autores en el lapso de dos semestres, en los que eran sometidos a un ameno cara a cara dialéctico.
No había limitaciones en lo cuantitativo; la maestra exponía las historias narradas en La Comedia Humana de Balzac ¡en su totalidad! También el conjunto de novelas de En Busca del Tiempo Perdido de Proust era minuciosamente examinado. El objetivo propuesto a los alumnos de manera dulce era… leer. Había que leer y situarse frente a la lectura; esta aparentemente sencilla tarea era lo que determinaba la aprobación de Rosario Castellanos. Los resultados negativos incluían un terrible regaño en su oficina de la Torre de Rectoría.