Siena es una de las joyas artísticas de Italia. Profundamente anclada en sus tradiciones e histórica rival de Florencia, tiene su corazón en la Piazza del Campo, obra maestra del urbanismo medieval. Una gran concha que, dos veces cada verano, se convierte en el escenario del Palio, la carrera de caballos que enfrenta a los 17 barrios de la ciudad.
Al fondo de la plaza surge la fachada gótica del Palazzo Pubblico, sede del Museo Cívico, y al lado levanta sus 87 metros la Torre del Mangia, el campanario. Son el mejor inicio de un paseo por calles empedradas que culmina en uno de los templos más bellos del medievo italiano: el Duomo dell’Assunta, de estilo románico-gótico, donde trabajaron artistas como Giovanni y Nicola Pisano, Donatello, Pinturicchio y Arnolfo di Cambio.
Siena, sin embargo, está muy lejos de ser una ciudad museo pues posee un espíritu activo y «bon vivant» que puede apreciarse a la mesa de cualquiera de sus restaurantes, frente a un plato de crostini de hígado, pappardelle con la lepre (pasta con salsa de liebre), pici (especie de espagueti) con trufas negras o un jugoso bistec de chianina, la ternera blanca de la Toscana. Todo acompañado, eso sí, con una botella de chianti o de brunello de Montalcino.
El vino es, precisamente, el protagonista de la ruta al salir de Siena rumbo norte hacia las colinas de la comarca de Chianti, corazón de la Toscana. El pueblo de Gaiole es uno de los principales núcleos de producción de la denominación de origen Chianti Classico y un punto de partida ideal para visitar sitios encantadores como la Pieve di Spaltenna, una parroquia del siglo XII, o el castillo de Brolio, de origen medieval y aspecto neogótico, desde el que se distingue la silueta de Siena.