Sin edades la nueva generación política, afirma Alejandro Murat

* El PRI-gobierno nunca ha sido solo dirigido por el Presidente de la República en turno ni menos por el Partido de Estado ni siquiera en su época hegemónica.
* Llama a formar un partido no corporativo, sino más cercano a la gente e indiscutiblemente liderado por él a ras de tierra desde las ocho regiones del Estado.

El Partido Revolucionario Institucional es todo menos solo un partido político per se. Es ante todo una mafia del poder político y económico. La ambición de la vieja y nueva clase política incubó el huevo de la serpiente de la narcopolítica y la narcoeconomía, y el actual Estado fallido.
El fenómeno de la futura llamada colombianización inició a partir del gobierno de José López Portillo con la descomposición de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política del Estado mexicano, cuyos comandantes protegieron a los capos del narcotráfico.
Cómo olvidar el negro historial de Tomás Morlet Bohórquez al frente de la Dirección de la Federal de Seguridad y de Jaime Palencia en la entonces Policía Judicial de Oaxaca, quienes protegieron a los capos del narcotráfico. Hoy, su hijo Pedro Morlet Rodríguez financia campañas políticas.
El PRI es, al mismo tiempo, una cofradía, ahora, de la mano caída desde el arribo de los tecnócratas neoliberales con Miguel de la Madrid Hurtado, cuyos cofrades siguen todavía vigentes en los primeros círculos del poder, sobre todo, del Congreso de la Unión.
El PRI nunca ha sido solo dirigido por el Presidente de la República en turno. Ni menos el gobierno por el Partido de Estado ni siquiera en su época hegemónica. Y menos después de la primera y segunda alternancia panista y mucho menos, ahora, con la tercera alternancia.
Desde la creación del Partido Revolucionario Institucional en 1946 había sido controlado por la nomenklatura del llamado Círculo Negro. Su punto de quiebre y declive se dio con la masacre de manifestantes en Tlatelolco en 1968, represión que prohijó la alternancia.
El Círculo Negro y/o nomenklatura es un concejo secreto que daría al sistema una gran estabilidad y permanencia, al impedir la reelección del monarca y otorgar a éste la posesión pero no la propiedad de los hilos del control del poder, o sea de los sectores que integran al Partido.
El principio del fin del PRI-gobierno inició el 19 de diciembre de 1994 cuando estalló de improviso en las manos del presidente Ernesto Zedillo la peor crisis económica en la historia de nuestro país llamado eufemísticamente “error de diciembre”.
Crisis recurrente que inició en 1976 con la primera devaluación económica en el gobierno populista de Luis Echeverría Álvarez y que se agravó con el “crack” financiero de la Bolsa Mexicana de Valores en 1982, en el gobierno frívolo de José López Portillo.
El estado de cosas se agravó con la ejecución del cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, de Francisco Ruiz Massieu, secretario general del CEN del PRI, y, particularmente, del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta, en Lomas Taurinas, Tijuana.
“El PRI posee aún cierta fuerza por continuar agrupando y controlando a importantes sectores sociales, pero se ha quedado sin cabeza”, admitió muy a su pesar en su momento el General Alfonso Corona del Rosal en su testamento político dictado a Antonio Velasco Piña.
“Al no existir ya ni el monarca sexenal ni el Círculo Negro, que fueron siempre sus dirigentes, le llevará a una inacabable lucha de facciones” -como ocurre ahora por los despojos del PRI- advirtió el militar y político tras el triunfo de Vicente Fox en 2000.
“Ignoro si algún día retorne al poder, pero ya jamás volverá a ser lo que fue”, concluyó el mítico ex líder nacional del PRI y ex regente del DF al que golpeó política la matanza de Tlatelolco, uno de los cinco integrantes del Círculo Negro al lado de don Fidel Velásquez y Carlos Hank González.
Ese día (19 de diciembre de 1994) se produjo una masiva retirada de inversiones extranjeras, lo que originó una reacción de pánico en los mercados financieros que se tradujo en una generalizada huida de capitales, cierre de empresas, desempleo, miseria y delincuencia.
Entre otras muchas cosas esta crisis ocasionó un cambio radical en lo que respecta a los factores reales de poder político. Las organizaciones del Partido que controlaban a las fuerzas sociales perdieron gran parte de su importancia.
En el sector obrero hubo despidos al por mayor, en el campesino abandono de tierras y migración al extranjero y en el sector popular falta de oportunidades y de crecimiento. Los factores determinantes de poder no eran ya las organizaciones del Partido que controlaban a las fuerzas sociales, sino los organismos financieros internacionales.
El monarca, presidente o como quiera usted llamarle, pasó a ser, y lo hizo de muy buen grado, un simple empleado de esos organismos extranjeros. La nación había perdido su soberanía y en consecuencia la decisión soberana de elegir al presidente de la República.
Así ocurrió el pasado 1 de julio con Manuel Andrés López Obrador (MALO), impuesto por el imperio ruso con la anuencia del imperialismo yanqui y el visto bueno del presidente norteamericano Donald Trump, quien llama coloquialmente a López Obrador “Juan Trump”.
El caso es que a partir de esa crisis el control de nuestra economía y también de nuestra política pasó a depender de decisiones tomadas en el extranjero. Muy pronto don Fidel y Corona del Rosal se dieron cuenta hacia dónde quería conducir el doctor Zedillo el rumbo del país, atendiendo a las órdenes de sus amos:
A la implantación de una “democracia” de corte estadounidense, en la cual los ciudadanos pueden escoger con absoluta libertad entre tomar coca cola o tomar pepsi cola, o sea entre dos partidos que siguen exactamente la misma política, con tan sólo algunas variantes menores como el diferente color de las corbatas de sus candidatos.
Con la complicidad de la izquierda y la derecha, representadas por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido Acción Nacional (PAN), y los “itamitas” del PRI, finalmente Enrique Peña Nieto cumplió la consigna del imperio norteamericano que no pudo realizar Zedillo y e hizo realidad el tripartidismo con Morena, el PAN y el PRI.
En realidad, el doctor Zedillo no estaba sino continuando por el camino iniciado en forma titubeante por el licenciado Miguel de la Madrid y luego abiertamente seguido por el licenciado
Carlos Salinas: neoliberalismo en lo económico y en lo político.
Si alguien conoce los intríngulis de la nomenklatura que realmente dirige al PRI-gobierno son Pepe y Alejandro Murat, de ahí que al evaluar la avasalladora derrota infringida por Manuel Andrés López Obrador (MALO) hiciera trascendentes reflexiones.
El gobernador Alejandro Murat hizo un enérgico llamado a los integrantes de su gabinete legal y ampliado a entender que la nueva generación política del PRI no es de edades, sino que es de los comprometidos con su proyecto nacional.
Al mismo tiempo, hizo un vehemente exhorto a conformar un partido político no corporativo, sino más cercano a todos los oaxaqueños e implícita e indiscutiblemente liderado por él a ras de tierra desde cada una de las ocho regiones del Estado.
¡Y vaya que no falta razón al mandatario estatal porque, ahora más que nunca, el PRI en Oaxaca requiere de un gobernador fuerte que dirija un gobierno fuerte!
Sin caer en la provocación de la disputa por los despojos del Partido Revolucionario Institucional, el gobernador Alejandro Murat Hinojosa tiene la gran oportunidad de impulsar la formación de un Frente Amplio Popular que convoque a un nuevo Pacto Social, en principio, en Oaxaca y, luego nacional.
El mayor problema a enfrentar es la falta de visión, sensibilidad y compromiso político y social de la mayoría de los integrantes de su gabinete legal y ampliado, especialmente, en el caso de sus amigos y colaboradores más cercanos, los llamados “yupis”.
En tales condiciones, hoy más que nunca, es vital por supervivencia política, dar un fuerte golpe de timón en su gobierno, cuyo manotazo en su escritorio haga cimbrar la estructura de su gobierno desde el Poder Ejecutivo, con el mayor número de cambios anhelados en su gabinete.

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