Todo viajero que va a Roma reserva al menos un día para recorrer el Vaticano, el país soberano más pequeño del mundo (44 Ha) y el único que tiene por lengua oficial el latín. La plaza y la basílica de San Pedro, el corazón de este estado, reciben cada año a más de 18 millones de peregrinos que acuden movidos por la fe, mientras muchos otros llegan para admirar la extensa riqueza artística acumulada durante siglos por los papas.
Temprano por la mañana o ya entrada la noche, se puede disfrutar casi en soledad de la obra de algunos de los más grandes maestros del Renacimiento y del Barroco. Para empezar, la imponente columnata que abraza la plaza de San Pedro fue creada por Gian Lorenzo Bernini, autor también de gran parte de la decoración interior de la basílica; la fachada monumental es obra de Carlo Maderno; mientras que la inmensa cúpula, visible desde casi toda Roma, se debe al genio de Miguel Ángel Buonarroti.
San Pedro, la mayor iglesia de la cristiandad, se asienta sobre la colina Vaticana. La grandeza que se vislumbra al aproximarnos por la Via della Conzilliazione se confirma cuando se entra en la plaza, en cuyo centro se erige el obelisco que el emperador Calígula trajo de Egipto en el siglo I. Para acceder a la basílica hay que pasar un control de seguridad en la columnata oriental. Dejando a la derecha la Scala Regia de Bernini, custodiada por la Guardia Suiza, se llega a un atrio con cinco puertas. Se entra por la central o de Filarete (siglo XV, en bronce), situada justo bajo el balcón desde el que se pronuncia la famosa frase «habemus papam».